Las verdades detrás de la contaminación de Santiago

Por Rodrigo Pizarro, Director Ejecutivo de Fundación Terram, publicada en El Mostrador, 19 de mayo de 2006.


Ya pasada la primera crisis del año en la contaminación de Santiago, corresponde una pausa-o un respiro- de manera de evaluar globalmente la problemática ambiental de la cuenca y las políticas de los últimos años.

Si medimos la contaminación a partir de las concentraciones anuales de PM10, PM2,5 u ozono -los principales contaminantes- no ha habido avance en la reducción desde el 2001, incluso, en el caso del ozono las concentraciones han aumentado. Es decir bajo cualquier criterio objetivo: la contaminación se ha estabilizado o incluso empeorado desde 2001.

Lo anterior sería irrelevante si las concentraciones totales fueran bajas, pero se encuentran entre las más altas del mundo. Asimismo, si bien ha disminuido el número de episodios críticos (considerando para ello la arbitraria definición de alertas y pre-emergencias) lo grave es que se supera la norma diaria de PM10 en promedio durante 55 días al año y la de ozono en 150 días. Es decir, estamos expuestos a condiciones graves y agudas de contaminación durante un tercio del año.

¿Por qué a partir del 2001 no se logra avanzar decididamente en la reducción de la contaminación? La respuesta se encuentra en la concepción original del Plan de Descontaminación (serie de medidas coordinadas por la Conama para reducir la contaminación)

La lógica del Plan (implementado en los noventa) era identificar las fuentes emisoras -automóviles, microbuses, industrias, polvo en las calles y fuentes de calefacción etc.- y coordinar distintas acciones para disminuir la emisión de cada una de estas fuentes emisores. Se regularon las micros, se exigieron catalíticos, se normó la emisión de la industria y se pavimentaron las calles. En sus distintas versiones el Plan mantuvo y mantiene esta misma lógica.

Las medidas tuvieron un resultado espectacular en los 90 y efectivamente se logró disminuir la emisión de cada uno de estos agentes emisores y consecuentemente, reducir la contaminación. Sin embargo, paralelamente, gracias al crecimiento económico y una serie de desafortunadas políticas públicas se incentivó el aumento en el número de agentes emisores.

Hoy en Santiago existen más de un millón 200 mil automóviles, en el año noventa eran 450 mil. Es mismo año el 70% de los viajes motorizado era en transporte público, hoy son menos del 50%. El área urbana se ha extendido en más de 30% en la última década, incentivado por las políticas de vivienda y regulación del uso suelo (donde destaca la lúcida decisión de desafectar todos los suelos agrícolas de la región). Las industrias han reducido su contaminación, pero el número de establecimientos industriales se cuadruplicó, incentivado por la ausencia de políticas de descentralización.

Es decir, mientras que por un lado las políticas de descontaminación reducían la emisión de fuentes emisoras puntuales, paralelamente las políticas sectoriales promovían el aumento en el número de fuentes emisoras. Es una situación insostenible en el mediano plazo, cuyos efectos eran evidentes a partir del 2001 y cuyos resultados más dramáticos presenciamos la semana pasada.

En el segundo semestre de este año se reevaluará el Plan de Descontaminación, cualquier medida seria para descontaminar la ciudad de Santiago debe apuntar a detener el crecimiento en el número de agentes emisores, a través de políticas de gestión integral de la ciudad, lo demás, dada las condiciones meteorológicas y geográficas de la cuenca, simplemente no será sostenible en el tiempo.

 


Publicado en: Opinión

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