El gas natural

Columna de opinión de Pedro Serrano, Presidente Fundación Terram publicada en diario La Nación el 04 de junio de 2007.


Antes de que apareciera el gas natural argentino, la Fundación Terram fue la primera en advertir que este asunto se veía opaco e incluso recomendó no adentrarse en temas como la conexión domiciliaria. En la época, ya se sabía que el negocio chileno con el gas natural argentino era, en más de 90%, la generación termoeléctrica, y que además sería un negocio corto, un pacto entre privados que no parecían muy interesados en el bien público.

El carácter poco claro de las negociaciones entre empresarios privados argentinos y sus contrapartes chilenos tenía que ver con que las industrias eléctricas particulares de nuestro país buscaban un combustible barato para sus plantas. Mientras menor el costo más ganaban, y tal relación no quedaba traspasada a las cuentas de los usuarios. Las empresas estaban decididas a quemar el fatal petcoke o lo que fuera admitido por las coremas regionales.

La gran oportunidad vino cuando en Argentina comenzó la crisis económica y el peso del país, que estaba a la par con el dólar, bajó su valor a un tercio de la divisa. Como Argentina mantuvo estable el precio interno del gas, resultó que de un día para otro este combustible pasaba a costar la tercera parte del valor anterior y de este modo se transformaba para los chilenos en la energía más barata que jamás habían conocido en el mercado internacional. Sin demorar mucho, los privados fueron a comprar gas barato a los empresarios argentinos. En tiempo récord se construyeron gaseoductos hacia Chile y, de paso, en una jugada magistral, se picaron las veredas de las ciudades principales del país a fin de conectar a cuanto desprevenido vecino hallaron, sabiendo que este gesto obligaría al Estado a asumir eventuales responsabilidades con la población.

Lo peor es que todos los análisis internacionales serios decían que el gas argentino no alcanzaría ni siquiera para cubrir la demanda interna de los habitantes de ese país. Las empresas de ambos lados sabían que el negocio sería estupendo pero duraría poco. Más aún, estaban al tanto de que adquirían el gas argentino a un tercio del precio normal internacional merced a una tragedia económica. Como los negocios son negocios, el Gobierno chileno no intervino. El que sí lo hizo fue el argentino, que dijo con justa razón que el poco gas que queda es para el pueblo argentino.

Lo que vino luego es que una vez hecho el negocio, a tres años plazo las eléctricas ganaron mucho dinero y fueron muy felices. Después, siguieron quemando petróleo, carbón y petcoke, contaminando sin tregua. Y lo que quedó fue un montón de familias chilenas que, creyendo el cuento inicial del mercado privado, se habían conectado al gas natural y, por supuesto, se quedarán sin gas en breve… Salvo que el Estado salvador, obligado por el impacto ciudadano de los negocios privados, construya plantas de tratamiento de gas licuado, traído en barcos desde cualquier parte del planeta para cumplir con su tarea. Salvo un milagro de prospección, interconexión o de grandes inversiones, el suministro argentino se agotó.

Por lo pronto, las termoeléctricas no han parado de funcionar, pero están contaminando como nunca. Fueron aprobadas porque el gas natural era menos contaminante, pero hace rato están ocupando otros combustibles y la presión que hacen es que, a esta altura, no pueden cerrar por contaminantes porque tener electricidad bien valen las preemergencias y también sus muertos asociados.


Publicado en: Opinión

Etiquetas: Política Energética

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