Los biocombustibles: de promesa verde a culpables de la crisis de alimentos

Una treintena de países podrían verse enfrentados a disturbios sociales debido a la escasez de comestibles, advirtió el Banco Mundial. Un panorama que empeora cuando las innovaciones tecnológicas para preservar el medio ambiente terminan jugando en contra de las necesidades básicas mundiales. El Mostrador, 12 de abril de 2008.


Los biocombustibles, que nacieron con la promesa de convertirse en alternativa "verde" al petróleo, se encuentran en los primeros puestos de la lista de culpables de la crisis global desatada por el alza de los precios de los alimentos.

Tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como el Banco Mundial (BM), que celebran este fin de semana su reunión de primavera, han puesto de manifiesto durante los últimos días la conexión entre ambos fenómenos.

El debate sobre sus ventajas gana así un renovado protagonismo, aunque el creciente uso de productos de origen vegetal como el maíz en EE.UU., la mandioca en China, la caña de azúcar y la soja en Brasil y el aceite de palma en Indonesia para la generación de combustibles y su posible impacto en los precios de la comida es desde hace tiempo objeto de estudio académico.

Corinne Alexander y Chris Hurt, de la Universidad de Purdue (Indiana), señalan en un extenso análisis de finales del 2007 que la demanda de maíz y soja aumentó rápidamente durante los primeros años de la era de los biocombustibles, cuya producción despegó con fuerza alrededor del 2000.

Eso hizo que subieran los precios de ambas cosechas y se tradujo en un incentivo para destinar más acres a esos cultivos, sobre todo el maíz, lo que redujo el espacio para otros productos, que también se encarecieron, al continuar la demanda y contraerse la oferta.

Los cambios en el precio del trigo se trasladaron a la harina, el pan y otros derivados. La subida de la soja se reflejó en los aceites para cocinar y la margarina.

El pollo, la carne de ganado y los lácteos también subieron, ya que los citados animales son grandes consumidores de maíz y soja.

Lo anterior se sumó a otros factores como las sequías recientes en países productores como Australia, la subida del petróleo y el consiguiente encarecimiento de fertilizantes y costes de transporte y los cambios en la dieta en países como China, cuyo consumo de carne per cápita ha aumentado un 150 por ciento desde 1980.

Esa combinación fatídica ha impulsado en un 48 por ciento los precios de los alimentos desde finales del 2006, según el FMI, y provocado revueltas -en algunos casos violentas- en países tan distantes como Egipto, Pakistán, Haití o Burkina Faso.

Como consecuencia, varias docenas de naciones han impuesto algún tipo de control sobre los precios y más de 30 afrontan riesgos de desestabilización, según el Banco Mundial, que calcula que la pobreza podría aumentar entre un 3 y un 4 por ciento en los próximos años a raíz de la actual crisis.

El rostro de esta tragedia es humano, como queda de manifiesto en la mirada perdida de los niños desnutridos que estos días han vuelto a aparecer en algunos medios de comunicación.

De ahí que hayan empezado a multiplicarse los llamados para frenar los biocombustibles, sobre todo los que se producen a base de maíz en los países ricos.

Brasil utiliza fundamentalmente caña de azúcar, que ofrece las mayores ventajas contra el cambio climático, según el Banco Mundial.

Distinto es, según el diario The New York Times, la situación en los países ricos, ya que el etanol a base de maíz ofrece, "en el mejor de los casos, solo una pequeña reducción de los gases invernadero frente a la gasolina y podría agravar" la situación si causa más deforestación por la extensión de ciertos cultivos.

Además, el Times recuerda, en un editorial publicado el jueves, que tanto Washington como la Unión Europea subvencionan la producción y desincentivan la importación con aranceles.

"El mundo rico está exacerbando los efectos (de la crisis) al respaldar la producción de biocombustibles", concluye el periódico.

El presidente del Banco Mundial y ex representante de Comercio Exterior estadounidense, Robert Zoellick, evitó pedir esta semana una eliminación de los subsidios, pero sí apuntó que los países deberían considerar "si esas prácticas tienen sentido".

En juego están los más de 800 millones de personas que viven con menos de un dólar diario en el mundo, muchos de los cuales podrían ser víctimas de nuevas hambrunas si no se buscan soluciones a la actual situación.


Publicado en: Resumen de prensa

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