Columna de opinión de Arturo Carreño, Economista de Fundación Terram publicada en diario La Estrella de Chiloé el 15 de septiembre de 2009.
Erradicar la pobreza extrema y el hambre es el primero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) establecidos por la FAO. En este contexto, se debe considerar que el gran auge de la acuicultura como fuente proveedora de alimentos trae consigo una fuerte presión sobre las pesquerías marinas a nivel mundial, lo que nos pone en un complejo escenario que posiblemente no sea del todo perceptible para las actuales generaciones, pero sí lo será para las futuras.
De acuerdo a una reciente investigación, la mitad del pescado que se consume en el mundo en la actualidad proviene de la acuicultura, mercado que si bien es satisfactorio en términos comerciales para los países que producen y exportan estas formas de cultivo, plantea un serio problema al considerar la gran cantidad de especies que son necesarias para alimentar la producción acuícola. Según la FAO, la producción acuícola en 2006 sobrepasó los 50 millones de toneladas; para alimentar ese nivel de producción fueron necesarias 20 millones de toneladas de especies salvajes.
En tanto, la propia FAO estima que el 52% de las especies marinas se encuentran plenamente explotadas, 19% sobreexplotadas, 8% agotadas y 1% en recuperación tras haber sido agotadas. El 20% restante está moderadamente explotada e infraexplotada. Estas cifras muestran el difícil escenario que deberán enfrentar las futuras generaciones en términos alimenticios, hecho que se torna aún más complejo si se considera que el futuro alimentario está en el mar.
Actualmente, 25.000 personas mueren de hambre a diario en el mundo, y en 2008, 963 millones de personas sufren una carencia crónica de alimentos adecuados para su nutrición, cifra que este año sobrepasará los 1.000 millones. Estos datos evidencian que las decisiones tomadas para erradicar el hambre en el mundo no han sido efectivas.