Energía nuclear en Chile, no gracias

Columna de opinión de Flavia Liberona, directora ejecutiva de Fundación Terram, publicada en La Nación el 29 de marzo 2010.


Cuando han comenzado a despejarse las primeras urgencias tras el terremoto de 8,8 grados en la escala de Richter, se ha dado paso a la evaluación de los daños, que abarcan infraestructura e instalaciones de todo tipo, pública y privada.

La destrucción a causa del terremoto y posterior tsunami es un hecho claro y contundente, que nos llama a reflexionar respecto de la intención de algunos sectores de construir en Chile plantas de generación de núcleo-electricidad.

Basta analizar la vaga o simplemente nula información con la que contamos hasta ahora, a un mes del sismo respecto del estado y los daños generados en infraestructura clave como, por ejemplo, los ductos y/o emisarios que descargan al mar residuos líquidos domiciliarios o industriales en las regiones más afectadas; cualquier alteración en este tipo de instalaciones puede generar potencialmente una contaminación en hábitats marinos o borde costero en vastas zonas, pero ninguna autoridad ha informado a la comunidad.

Es fácil imaginar cuánto hubiera aumentado el nivel de incertidumbre tras el terremoto en un escenario en el que el país hubiera contado con una planta nuclear.

Nada indica que el Estado hubiera tenido una mejor reacción, con la diferencia de que estaríamos hablando de una escala por completo diferente de daños, por la posible gravedad de la contaminación nuclear y la dificultad de remoción y su persistencia en el tiempo, que puede afectar incluso a varias generaciones, como sabemos por la experiencia de Chernobyl.

Las instalaciones nucleares son de alta complejidad e implican la operación de tecnología especializada de última generación, con estándares de construcción y operación muy elevados.

Pero aun con la tecnología antisísmica más avanzada, ninguna planta nuclear ha logrado superar con éxito movimientos telúricos como los que se registran en Chile.

Después del último terremoto se ha reafirmado una verdad conocida hace tiempo, pero que muchos parecen olvidar: éste es uno de los países más sísmicos del planeta y debemos esperar sismos de más de 8 grados Richter en distintos puntos del territorio cada 25 ó 30 años.

Dos de los cinco terremotos más fuertes registrados en el mundo han ocurrido en nuestro país.

En Japón, que suele ponerse como ejemplo de país sísmico capaz de desarrollar energía nuclear, un terremoto de 6,8 grados Richter generó graves daños en la planta nuclear Kashi-

wazaki-Kariwa, al punto que varias de sus unidades han estado paralizadas los últimos tres años. Cabe preguntarse qué pasaría si Chile construye una central nuclear en el norte, como se ha planteado, y se repite un evento como el del 27 de febrero.

Es imperioso que entendamos que Chile no tiene las condiciones para siquiera pensar en este tipo de generación eléctrica, y descartarla de forma definitiva. Es hora de que asumamos que somos un país que tiene muchas zonas de riesgo y que esto se debe considerar para la instalación de viviendas, industrias contaminantes y, con mayor razón, plantas nucleares.

Respecto al caso japonés hay que tener presente que es una nación que ha desarrollado la tecnología antisísmica más avanzada, reconocida mundialmente, y si bien en esa ocasión no se reportó un episodio de contaminación asociado al terremoto, no ha logrado volver a poner operativa la central, manteniendo paralizada una inversión cuantiosa.

Japón es un país desarrollado, que probablemente puede darse ese lujo pero, ¿puede Chile arriesgarse a hacer una inversión así para luego tener que paralizarla por años por razones de seguridad, tras un futuro terremoto, tsunami o erupción?

Peor aún, considerando que no está claro quién financiará esta inversión, aunque dada la avidez de los que promueven la energía nuclear, pareciera existir un supuesto de que sea financiada al menos en parte con fondos públicos.

Las estimaciones del gobierno y empresas privadas no han podido llegar a una cifra definitiva sobre el costo de la reconstrucción, pero la estimación oficial es de 30 mil millones de dólares, tanto en infraestructura pública como privada.

El gobierno debe reasignar el presupuesto, priorizar la utilización fondos en reparación y reconstrucción de la infraestructura pública y dar apoyo al empleo.

Lo más sensato sería reencauzar fondos destinados en el actual presupuesto a investigación nuclear, opción cada vez más cuestionable, y orientarlos a satisfacer la demandas de otros sectores, por ejemplo, para soluciones en energías renovables no convencionales, tecnología ya disponible, y que permitiría una mayor independencia y descentralización en materia energética en el país.

Es hora que aquellos que durante años han impulsado el lobby nuclear, y que han logrado permear a personeros e instituciones públicas para que con el dinero de todos los chilenos se avanzara en promover la instalación de energía nuclear, se retiren de escena.

El 27 de febrero la naturaleza se manifestó con fuerza y mucha claridad: Chile no es un país con condiciones para la instalación de la energía nuclear.


Publicado en: Opinión

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