Las paradojas de La Greda

Tras la apertura de la nueva escuela. Fue un proyecto emblemático: El 30 de septiembre pasado se inauguró la nueva escuela de La Greda, a dos kilómetros del antiguo colegio de ese pueblo que saltó a la fama en 2011, cuando alumnos y profesores del establecimiento cayeron intoxicados. Hoy, padres y niños disfrutan de una infraestructura envidiable, pero siguen padeciendo los efectos de las nubes tóxicas que emanan de las chimeneas industriales cercanas. Son familias que subsisten gracias al trabajo que les da la industria, pero temen por la salud de sus hijos. Es un pueblo que vive entre la resignación y las ganas constantes de emigrar para siempre. El Mercurio, 29 de octubre 2013.;

By Comunicaciones Terram

Las paradojas de La Greda

De pronto, un escolar. Un niño que cruza la reja, saluda a su madre con un beso en la mejilla y le da la mano. Lleva la corbata a rayas azul y amarilla perfectamente puesta, como si no hubiera jugado. Francisco está impecable. Igual que su colegio. Su madre, Rosa Cisternas, sonríe.

-¿Esta escuela, señorita? ¡Espectacular pues! Tiene calefacción en las salas, techito en el gimnasio, es linda, preciosa. ¿Cierto, Francisco?

Francisco asiente mirando el colegio del que acaba de salir, un elefante blanco -de tres mil metros cuadrados con seis mil de áreas verdes-, limpio y moderno que se erige al lado de la ruta, rodeado de cerros verdes y árboles. Dentro de una sala, algunos niños vestidos de huasos y niñas de chinas, ensayan una cueca. Hay flores en el patio. Mucho pasto. Una ambulancia móvil con monitos pintados en la fachada. Francisco dice:

-Es bonita la escuela. Y acá podemos correr en el recreo. Antes, allá abajo, no podíamos. Salía ese polvo, picaban los ojos, y uno se mareaba.

Antes era cuando la escuela La Greda en Puchuncaví, V Región, con 110 años de historia, estaba encajonada en la mitad del poblado, a dos kilómetros de aquí, a 400 metros del parque industrial que ha invadido la costa de esta zona tristemente famosa por sus altos niveles de contaminación. Antes es antes de este traslado emblemático de la escuela cuya historia es así:

23 de marzo de 2011, 10 de la mañana. De pronto, en toda La Greda -1.300 habitantes- y especialmente en la antigua escuela básica, se siente un olor extraño. Aparece una nube negra en el aire, 23 alumnos y siete profesores comienzan a sentirse mal, peor que de costumbre. Algunos se desmayan, otros se ahogan, les pican los ojos, les duele el estómago, hay náuseas, mareos y vómitos. Los afectados terminan en el consultorio de Ventanas. El diagnóstico: intoxicación masiva por fuga de dióxido de azufre de la planta Maitenes de Codelco.

Ya en 1993, el sector había sido declarado zona saturada de contaminación por anhídrido sulfuroso y material particulado, emisiones de las más de 20 empresas que ahí funcionan. Pero nunca en las casi dos décadas que siguieron había pasado algo así en la escuela, con los niños. El resto de la historia es conocida: La comunidad se indignó, reclamó, incluso se querelló junto con la Fiscalía Ambiental contra Codelco. La Seremi de Salud de la región, que ya había detectado metales pesados en los seis filtros de monitoreo de las zona, multó con 1000 UTM (38 millones de pesos) a Codelco por el incidente y a Puerto Ventanas por mal manejo de acopios. Exámenes de sangre y orina realizados a los niños de la escuela arrojaron la presencia de arsénico y plomo, metales pesados.

Poco más de dos años después, se inauguró con bombos y platillos, la nueva escuela La Greda, construida gracias a una inversión de 1.800 millones de pesos por parte de Codelco, que además entregó $164 millones para un fondo de prestaciones de salud como resultado de un acuerdo por la querella interpuesta. Hubo corte de cinta, abrazos y sonrisas. Fotos de niños felices. Tan felices como Francisco y su mamá, Rosa, que son de Campiche y que ahora se van a casa. Pero en realidad, la vida no cambió mucho. Francisco:

-Igual a veces mis compañeros que viven en La Greda faltan porque les duele la cabeza.

Su madre se encoge de hombros.

-Nosotros somos de acá, siempre hemos sido de acá. Dicen que los efectos de la contaminación son terribles, pero qué le vamos a hacer. Aquí nacimos. Aquí tenemos nuestros hogares. ¿Adónde nos vamos a ir?

Mientras una fila de escolares se sube al bus de la Municipalidad de Puchuncaví que los lleva a sus casas, Víctor Cisternas camina por el estacionamiento. Es el director de la escuela La Greda -la antigua y la nueva- desde el 2010, pero lleva 33 años trabajando en distintos colegios de la comuna.

-Los niños han estado contentos con las nuevas dependencias. Una nueva infraestructura los motiva a participar y valorar lo que tienen ahora. Al menos acá están un poco más protegidos de los problemas ambientales. Fue un paso importante, pero hay que dar más pasos.

El bus comienza a bajar por la ruta. La escuela tiene alumnos de Chocota, Puchuncaví y Quinteros. Pero el 70% son de La Greda. Hacia allá se dirige el bus. En dirección a las chimeneas de las empresas que lanzan un humo blanco y perceptible a pesar del día nublado. Victor Cisternas reflexiona en voz alta.

-Las autoridades dijeron que según los vientos, aquí no tendríamos problemas. Habrá que hacerles caso.

Dos kilómetros cuesta abajo, un grupo de mujeres espera la llegada del bus escolar delante de la antigua escuela La Greda. El edificio está abandonado. Hay palos tirados en el patio. Las salas están vacías. Los niños cuentan que antes de trasladar las mesas del antiguo al nuevo colegio hubo que limpiarlas con cloro, porque estaban cubiertas del polvo negro característico del pueblo.

Beatriz Aros les da un beso a sus dos hijas de 8 y 9 años que se bajan del bus. Se cerciora que traigan todo en sus mochilas. El aire en La Greda es pesado. Huele como a gas. Se ve muy poca gente en las calles: la mayoría prefiere resguardarse del aire contaminado dentro de sus hogares. Todas las casas tienen los techos tapados de un hollín negro que está en todos los rincones. Beatriz dice:

-El colegio quedó precioso, nada que decir. Pero es lo mismo. Si hay otra nube tóxica igual va a llegar arriba. ¿Qué sacan con mover a los niños de acá un rato? Ellos viven aquí, ¡vuelven a lo mismo! Las empresas se han apoderado del pueblo. Que se apoderen, pero que saquen a toda la gente de acá entonces.

Dos niñas bajan corriendo hasta las primeras cuadras de La Greda, a 200 metros de las fábricas. Se suben a los columpios vacíos de la plazoleta. Ellas sí notan una diferencia.

-Allá arriba podemos correr y jugar. Acá abajo, no. Esa vez que pasó todo, yo vomité, me mareé y me dolió la guata -dice una.

-¡A mí me llevaron en ambulancia vomitando! Y la profe Claudia se desmayó haciéndonos clases.

Sus respectivas madres, las miran parapetadas desde la puerta de su casa. Muchos en La Greda no se atreven a hablar, porque las industrias locales son las fuentes de trabajo de sus familias. Viven cada día la dualidad de necesitar ese empleo y de lamentar la contaminación que produce.

-Yo no puedo hablar -dice una de las madres- porque mi marido trabaja en una de las empresas. Si no me pone el nombre le digo la verdad: mover la escuela fue una estupidez. Es el mismo aire contaminado. Además los niños viven acá. Esto es algo de política. Si la gente les importara, habrían movido el pueblo entero, no sólo la escuela. Pero estamos acostumbradas. Acá vivimos de toda la vida. Qué le vamos a hacer.

Es una frase que los pueblerinos pronuncian una y otra vez.

Cuando supo que iban a trasladar la escuela tan cerca, Orielle Parentti sacó a sus hijas del establecimiento y las puso en un colegio de Ventanas, porque ahí, al menos, ningún niño había sufrido episodios de intoxicación. Orielle ha vivido toda su vida en La Greda. Su casa está a 50 metros de una chimenea industrial. Dice que todos los días hay olores, humo, cenizas en las casas, que la pesca y la agricultura murieron hace rato.

-Acá estamos saturados, rodeados. Qué se sacaba con mover la escuela. Yo hablé hasta con el ministro Mañalich. Le dije que ésa no era la solución. ¡Los niños siguen viviendo acá mismo! ¡Es una decisión ridícula! Ya todos tienen metales pesados en la sangre. ¿Cómo no se hacen cargo de eso? Se llenan los bolsillos a costa de nuestra salud.

En su oficina en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, el toxicólogo ambiental y Presidente de Medioambiente del Colegio Médico, Andrei Tchernitchin, revisa el detalle del estudio del 7 de octubre de 2011 encargado por la subsecretaría de Educación, que analizó suelos y polvo de las salas de clases de todas las escuela de Puchuncaví. La investigación demostró que en todos los establecimientos había metales pesados como plomo, cadmio, níquel, cromo, arsénico y zinc. Incluso en Maitencillo.

-El problema es el polvo. Se respira y los niños se llevan las manos a la boca. Toda la zona está contaminada. Mover la escuela fue demencial y solo hay dos opciones: que hubo falta de conocimiento técnico de las autoridades o que se están burlando de la gente.

El Seremi de Salud de Valparaíso, el doctor Jaime Jamett responde:

-La escuela se puso en el mejor terreno disponible, no en el mejor del mundo. Se hizo análisis de condiciones climáticas y estaba lejos de los vientos que llevan los contaminantes. El marco regulatorio no es suficiente aún, faltan muchas cosas, pero nuestra apuesta fue reducir el nivel de impacto de la contaminación diaria y eso sí se ha logrado: los alumnos han mejorado su calidad de vida y las consultas por enfermedades respiratorias han disminuido.

¿Cuánto se redujo la exposición? No se sabe. Pero, Jamett asegura que "es menor".

En el consultorio de Ventanas, el director Cristián Barraza y la directora del departamento de Salud de Puchuncaví Gladys Arancibia dicen que La Greda es la punta del iceberg de un problema mucho mayor.

-El traslado de la escuela disminuyó el problema agudo para los niños. Ahora salen, caminan, juegan. Es indesmentible que están en mejores condiciones que antes, pero no se puede asegurar que si hay un accidente no se vean afectados: ahí sufre todo Puchuncaví. Y depende del gas emanado, de la dirección de los vientos, de muchos factores. No se puede asegurar que allí no pase nada -dice Gladys.

Hace poco, de hecho, pasó: el 9 de octubre pasado, Marisol Santander estaba en Viña cuando una profesora de la nueva escuela La Greda la llamó para decirle que fuera a buscar a su hijo que tenía dolor de cabeza y estómago. Había un olor pesado en el ambiente y una nube negra en el cielo. Mientras, en el poblado de La Greda, Orielle y una de sus hijas también empezaron a sentirse mal. Les picaban los ojos, les dolía la cabeza. Una de las niñas vomitó. Tuvieron que llevarlas en ambulancia hasta el consultorio de Ventanas donde se encontraron con Marisol y su hijo Carlos, de nueve años, y otros vecinos. Después Gener dijo haber encendido una chimenea con diésel carbón ese día, un poco antes del episodio. El seremi Jaime Jamett reconoce el hecho:

-Ese día se atendieron tres adultos y tres niños, que podrían haber sido intoxicados por gases, estamos viendo cuáles. Tengo entendido que todos estaban en el poblado, no en la escuela. Pero esos antecedentes ahora están en la fiscalía de Quinteros.

Sin embargo, Marisol sacó a su hijo con síntomas de intoxicación de la nueva escuela, donde se supone los niños estarían más resguardados.

-Después le pregunté a mi hijo Carlos si ese día hubo otros chicos que se sintieron mal. Me dijo que tres habían vomitado, pero no llamaron a los papás. Nadie quiere hablar. Todos tienen miedo: hay gente que tiene cargos en la Municipalidad o trabajan en las empresas. Son buenas personas, pero es difícil tomar decisiones cuando estás involucrado. Si la empresa me compra la casa, me voy al tiro. Ahora no tengo cómo.

Entonces suspira y repite con resignación la frase típica de La Greda: "Qué le voy a hacer".

Limones. En la casa de Marisol, a 200 metros de la fila de chimeneas industriales, hay muchos limones en mallas gigantescas repartidos por todos lados.

-Nunca faltan los limones en la casa. Eso les damos a los niños cuando sueltan el gas. Ellos lo sienten y saben que tienen que entrar. La mayor parte del tiempo están encerrados en la casa -cuenta ella.

El 2011 Marisol, su hijo y sus nietos, se hicieron los exámenes para detectar metales pesados en la sangre. Todos tenían arsénico y plomo. Hoy, la hermana y la madre de Marisol tienen cáncer: la primera, de mama, la segunda, de garganta a pesar de que nunca fumó. Orielle también quiso examinarse. Sus hijas tienen arsénico y plomo en el cuerpo, a ella le encontraron altos niveles de cadmio.

"¿Qué es cadmio, señorita?", le preguntó entonces a una enfermera. "Una cuestión cancerígena", le respondió ella.

-¡Tengo cáncer!, le contesté. "No, es un derivado, la vamos a llamar para hacerle un seguimiento", me dijo. Han pasado tres años y todavía estoy esperando -relata Orielle.

El pediatra y toxicólogo de la Universidad Católica, Enrique Paris, explica los efectos del plomo y arsénico en el organismo:

-Ambos son dañinos, sobre todo para la salud de los niños. El plomo puede provocar anemia, falla renal, disminuye la concentración y el aprendizaje. El arsénico tiene efecto acumulativo y puede producir alteraciones neurológicas, de la piel, al pulmón, cáncer vesical.

Cuando entregaron los resultados de los exámenes en los niños, las autoridades de salud dijeron que el arsénico y el plomo, estaban en niveles "normales", que no afectarían de manera grave la salud de los pequeños. Sin embargo, el doctor Paris no está de acuerdo:

-Se compararon con niveles medidos en enfermedades profesionales, de adultos. Es peligroso hacer una aproximación con esos estándares para niños -afirma.

El doctor Tchernetchin, añade:

-El arsénico y el plomo se eliminan del organismo. Sin embargo, la exposición puede haber causado imprinting (alteración del programa celular) que es irreversible y puede provocar en el caso del arsénico, mutaciones de óvulos y espermios, malformación fetal, cáncer. El plomo, por ejemplo, produce déficit de aprendizaje, atencional, intelectual, trastornos conductuales, mayor agresividad, infertilidad, abortos espontáneos y una mayor predisposición a la drogadicción. El plomo queda en los huesos y puede cruzar la barrera de la placenta hacia el feto.

En el consultorio de Ventanas, donde los profesionales de la salud realizaron los exámenes de metales pesados, el doctor Barraza explica que la idea inicial era comparar esos resultados con los de niños de un colegio en Algarrobo. "Pero no sé si se hizo ese estudio", dice.

-En este país las leyes son permisivas. Estamos a años luz de países desarrollados, que tienen una legislación que piensa en el futuro. Esa es la gran limitante. Queremos que los chicos estén en el mejor ambiente posible y darles la mejor atención ante eventuales accidentes -explica la directora de Salud de Puchuncaví.

Para el doctor Tchernitchin, sólo hay dos soluciones posibles:

-O las empresas empiezan a producir con estándares de contaminación permitidos por países desarrollados o trasladan a todos los habitantes del sector a otras zonas; habría que estudiar bien la distancia apropiada -dice.

El investigador y director del Magíster de Sustentabilidad de la Universidad del Desarrollo, Alex Godoy, concuerda. Dice que mover la escuela La Greda sólo mejora el riesgo agudo, pero no soluciona el problema de fondo.

-Se requieren acciones sistémicas, de largo plazo, no estrategias puntuales. La idea no es cerrar empresas, hay que rehabilitar el ecosistema y mejorar la coexistencia con los habitantes -enfatiza.

Godoy es optimista al respecto: hace unos años, trajo a Ventanas a expertos medioambientales que recuperaron la zona industrial de Green Bay en Estados Unidos, quienes dijeron que en Ventanas la situación era recuperable, en la medida en que privados, gobierno y comunidad trabajaran en conjunto y de manera seria en la descontaminación del sector. Algo que hasta ahora no ha ocurrido: En Puchuncaví sólo las emanaciones de dióxido de azufre han superado hasta mil veces lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud en crisis puntuales.

Sentada en el living de su casa, Marisol mira por la ventana hacia las chimeneas. Dice:

-Los que más me preocupan son los niños. Debieran sacarnos a todos de acá. Somos muchos los que queremos irnos. ¿Cuál es el sentido de la escuela allá arriba? Las empresas dicen que pusieron filtros nuevos. ¿Yo veo eso? No. Por eso quiero irme, aunque ya me llevaría la enfermedad a cuestas -dice.

Marisol sube al segundo piso, se asoma al balcón. Pasa la mano por una muralla de su casa, la mano le queda negra. "Acá todo es ceniza, carbón, suciedad", dice.

En el pasaje aledaño, un grupo de niños juegan sentados en el piso de cemento. Un poco más allá, la antigua escuela de La Greda permanece completamente abandonada. Han propuesto hacer una sede comunitaria ahí, pero por ahora sólo parece una casa fantasma. Aunque el letrero principal sigue ahí, anunciándole al pueblo: "La Escuela La Greda está primero. Escuela La Greda is the first". 


 

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  • 29/10/2013