CHAU LIMA, CHAU CLIMA

Columna de opinión de Geardo Honty publicada en ALAI – 14/12/14 Una vez más, las negociaciones climáticas muestran la incapacidad de nuestros líderes políticos de comprender...


Columna de opinión de Geardo Honty publicada en ALAI – 14/12/14

Una vez más, las negociaciones climáticas muestran la incapacidad de nuestros líderes políticos de comprender la profunda contradicción que hay entre el afán de desarrollo, la sostenibilidad ambiental y la equidad.

Tal como se preveía[i] la reunión de Lima terminó en un rotundo fracaso. Más allá de los esfuerzos que la Presidencia, la Secretaría de la COP y de varios delegados en demostrar avances, no se puede ocultar el sol con las manos. Y este no es un «nuevo fracaso», es el mismo viejo fracaso que se viene arrastrando desde la propia firma de la Convención en 1992 y que ha sido vanamente disfrazado de acuerdos exitosos como el Protocolo de Kioto (1997), la Ruta de Bali (2007) o la Plataforma de Durban (2011).

Todos ellos, acuerdos a los que se les podría aplicar el aforismo futbolístico de «patear la pelota para adelante»; es decir hacer pasar por avances lo que era otra cosa que postergar decisiones. Y no hay absolutamente ningún indicio que a un observador más o menos objetivo le permita anticipar que el resultado de París el año entrante será diferente.

El verdadero principio que rige la Convención es de las «Irresponsabilidades Comunes e Indiferenciadas». Nadie se hace cargo de la parte que le toca y cada uno exige a las otras partes que resuelvan el problema. Cuando se firmó la Convención en el año 1992 y se adoptó el Principio de Responsabilidades Comunes pero Diferenciadas establecido en la Declaración de Río, nadie pudo predecir los cambios que en el mundo se darían 20 años después.

Los países «desarrollados» (tal como se los llamó en aquel entonces) no se hicieron cargo de lo que firmaron y los países «en desarrollo» no han sabido transitar otro camino que el de repetir los errores de los «desarrollados». Hoy tenemos 200 países que quieren ser «desarrollados» sin importar el precio ambiental que ello conlleva.

El común denominador de todos los fracasos es la inviabilidad de conciliar los tres objetivos principales de la Convención: reducir las emisiones, hacerlo de manera equitativa y no detener el desarrollo. No detener el desarrollo en un mundo equitativo implica que todos los pobres del planeta deben acceder a los niveles de consumo del mundo desarrollado. Esta utopía supone, entre otras cosas, que el consumo energético debe multiplicarse por cinco, con lo cual las emisiones de carbono nos llevarían muy por encima del peor de los escenarios del IPCC. Si se pretende mantener la senda del «desarrollo» necesariamente deberá ser sin equidad (como ha sido hasta ahora, por otra parte, y no hay indicios que pueda ser diferente).

Puede haber reducción de emisiones sin equidad y con desarrollo, o desarrollo con equidad pero sin reducir las emisiones. Pero lograr las tres cosas a la vez es imposible. Si se pretende reducir las emisiones de carbono con equidad, no hay otra alternativa más que desandar el camino del desarrollo. Para los países desarrollados esto significará –probablemente- recorrer la senda del «decrecimiento»[ii] y para los demás países iniciar una etapa de transiciones hacia alternativas al desarrollo.

En un momento pareció que algunos países de América Latina levantaban la bandera del Buen Vivir como una nueva utopía alternativa al desarrollo, pero rápidamente confundieron el buen vivir con el crecimiento económico, el aumento de los ingresos y la calidad de vida asociada al consumo. La abundancia de la Pacha Mama se convirtió en recursos nacionales a ser explotados para mejorar los ingresos fiscales, la vida en armonía con la naturaleza se abandonó para poder extraerle los minerales y los hidrocarburos que demanda el mercado global y hasta el «fuego sagrado» de los ancestros se confundió con la energía nuclear[iii].

Lo que no arregle la Convención lo arreglará el planeta y su natural tendencia al reequilibrio. A América Latina el cambio climático ya le cuesta entre el 1,5% y el 5% de su PBI[iv]. Este porcentaje seguirá aumentando en la medida que los efectos del calentamiento global se acrecienten. Inevitablemente la economía caerá como consecuencia de las sequías, las inundaciones y los eventos extremos que se avecinan. La restricción económica hará reducir el consumo, la producción, los ingresos, la calidad de vida y el «desarrollo». Por las buenas o por las malas el deseado desarrollo no ocurrirá.

Es tiempo de que todos los países (pero particularmente los de la región latinoamericana que es la que más nos preocupa a los que por aquí habitamos) adviertan lo absurdo de sostener la utopía del desarrollo. Es tiempo de reconocer que la equidad que le exigimos a los países desarrollados en la Convención de Cambio Climático debe comenzar a aplicarse en casa: mayor equidad entre los países de la región, mayor equidad entre las regiones dentro de cada país, mayor equidad entre las personas que habitan cada territorio. Basta de exigir afuera lo que no hacemos adentro.

Es tiempo de empezar a reconocer que la «deuda ecológica» que se les reclama a los países desarrollados también existe entre nosotros, con regiones y elites sociales que se han apropiado por decenios de la riqueza de otras regiones y de otros grupos sociales. Reconocer que perseguir la senda del desarrollo implica necesariamente la inequidad y la destrucción de la naturaleza. Comprender final y cabalmente que “todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra”[v]. Porque la Pacha Mama es abundante para darnos todo lo que necesitamos para vivir, pero es lo suficientemente sabia para no darnos más de lo que necesitamos.

– Gerardo Honty es analista de CLAES (Centro Latinoamericano de Ecología Social).


Publicado en: Resumen de prensa

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