De espaldas al mar

Al mar lo cuidamos poco y que no estamos preparados para hacernos cargo de lo que le pasa. Acá, quienes lo investigan toman la palabra. Fuente: La Tercera, 21 d mayo de 2016.

By Comunicaciones Terram

De espaldas al mar

Como pocas veces, el mar ha hecho noticia este mes del mar. En el sur, la marea roja paralizó a Chiloé y enfrentó a las autoridades y a los pescadores por la prohibición temporal de extracción de productos marinos en parte de las regiones de Los Ríos y Los Lagos. Esa situación tuvo un antecedente adicional y muy polémico: la autorización para que las salmoneras de Los Lagos vertieran casi cinco mil toneladas de salmones descompuestos  a 130 kilómetros de la costa. ¿Cuánto tuvo que ver este hecho con la aparición y la intensidad de la marea roja en las aguas de Chiloé? Es una de las cosas que investiga una comisión de cinco científicos convocados por el Ministerio de Economía en medio de la crisis.

Hace nueve días el mar captó la atención otra vez: ENAP avisó que en Quintero un buque había provocado un nuevo derrame de petróleo en la bahía, el tercer caso en dos años. Antes, a fines del año pasado, se conoció la muerte de más de 300 ballenas en los canales patagónicos, un caso que aún se investiga.

Esos episodios han puesto al mar arriba. Aún no está claro cuánto tiene que ver la mano del hombre en algunos de ellos y no hay consenso entre los científicos, pero en lo que sí están de acuerdo quienes se dedican a investigar temas marinos es en que los chilenos vivimos de espaldas al mar, pese a sus más de seis mil kilómetros de costa. Según Nelson Lagos, director del Centro de Investigación e Innovación para el Cambio Climático en la Universidad Santo Tomás, salvo los investigadores -biólogos, ecólogos, oceanógrafos-, la sociedad ve el mar como “un sumidero de desechos, un ecosistema a explotar, un concepto patriotero o como una estrategia para establecer lazos multinacionales”. Algo parecido piensa Rodrigo de la Iglesia, académico de la UC e investigador del Instituto Milenio de Oceanografía (IMO), quien dice que no estamos cuidando “para nada” el mar y nunca ha sido una preocupación. “Lo que más hemos hecho es depredarlo sin control y usarlo como basurero”, explica y luego agrega: “Me preocupan mis nietos. No sé bien dónde estará el futuro esplendor del mar que nos baña”.

Catástrofes como la de Chiloé o Quintero llevan la atención al mar, pero con una mirada que lo ve exclusivamente como una importante fuente de recursos para algunas comunidades y para la economía del país. El llamado es a entenderlo como “un ser vivo al que hay que cuidar”, dice Mónica Vásquez, investigadora de la UC y parte del comité de expertos científicos que estudia el actual fenómeno de marea roja en el sur. La académica agrega que sabemos muy poco de los ambientes marinos, de la diversidad de organismos que ahí existen, los procesos que gobiernan sus ciclos o cuál es el efecto de los cambios climáticos en el crecimiento de los organismos, entre otras cosas. “Son muchas las preguntas y las respuestas requieren trabajo científico”.

Hay cada vez más personas investigando, pero en la opinión de algunos de ellos no se les busca para planificar o elaborar estrategias de cuidado. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Concepción concluyó que poco o nada se toma en cuenta la opinión de los comités científicos al momento de elaborar cuotas de captura y pesca, pese a que varias especies están sobreexplotadas, como la merluza o el jurel. Otros apuntan que sólo se les busca cuando ocurren estas catástrofes. “Los científicos no somos CSI para que nos pidan intervenir cuando ya están las embarradas”, dice uno enojado.

Mónica Vásquez agrega que en Chile no estamos preparados para responder adecuadamente a situaciones de la envergadura de lo que está ocurriendo en Chiloé. “La comunidad científica que trabaja en este tema es reducida y no tenemos los recursos para que el conocimiento que generamos llegue a abordar todos los temas”.

¿Chile es mar?

La directora del Centro Científico Huinay, ubicado en Los Lagos, Vreni Häussermann, llegó a Chile en 1994 por un intercambio entre las universidades de Concepción y de Múnich, en Alemania. Recuerda que las primeras veces que buceó en la Patagonia quedó impresionada por la diversidad en los fiordos y se sorprendió de que no hubiera registro de algunas especies, como lo corales de agua fría o las anémonas. “Parecíamos científicos del 1700 describiendo especies que estaban a 20 metros”, dice y agrega que se quedó en la Patagonia porque había mucho para explorar bajo el agua (“En Alemania ya está todo descubierto”) y para levantar conciencia entre sus habitantes. “Cuando muestro mis fotos me preguntan si son del Caribe. ¡Es triste! Creen que acá todos es gris y aburrido, pero bajo el agua está lleno de colores vivos, amarillo, naranja, rojo…”

Hace un par de años, el biólogo marino y Premio Nacional de Ciencias Juan Carlos Castilla empezó una cruzada para no definirnos más como una franja larga y angosta, sino que como un país de mar. Él, que lleva años quejándose de que no existe una cultura de mar, mira las últimas catástrofes con preocupación. Dice que el océano es como una carretera en la que en las últimas cuatro o cinco décadas pasamos de manejar de 1 km por hora a 200 km por hora sin preguntarnos si la autopista estaba preparada para eso. “Y estamos empezando a percibir efectos que no se veían antes: cambios climáticos globales, eventos extremos, sobreexplotación de recursos. Hay más presión sobre el mar, y el espacio marítimo no se ha planificado adecuadamente”.

Lo que está pasando en Quintero es un ejemplo. “Lo que me llama la atención es que no haya derrames más seguido”, dice y agrega que pese a que cada cierto tiempo se vierte petróleo en esa bahía, los pescadores siguen ahí todos los días como si nada. “O los sacas de ahí o les das embarcaciones de larga distancia”.

Contra los eventos naturales hay poco que hacer, pero en Chiloé, dice, parece que no se hizo lo suficiente. “Ahí hay un mar interior que se calienta más que el océano abierto, eso se sabe. Y se desarrolla una industria muy importante para el país, pero con poca regulación y que coloca mucha materia orgánica sin planes de monitoreo. Es decir, no se hacen las intervenciones que se requieren”, dice.

Nelson Lagos cree que la investigación científica, por una parte, y la educación de la sociedad, por otra, debiesen volcarse hacia fortalecer la resiliencia de los ecosistemas costeros y oceánicos del país. Pero como pronosticar y adelantarse a los fenómenos naturales es difícil, algunos científicos creen que hay que empezar por conjugar otros verbos en relación con el mar, como mitigar.

Osvaldo Ulloa, director del IMO, cree que es indispensable revertir la indiferencia que existe hacia el mar porque el presente y el futuro del país dependen de él. Y enumera las proteínas que entrega el mar a través de la pesca y la acuicultura, el transporte de los productos forestales o minerales o la posibilidad de fortalecer la industria turística. Pero hay más. “Los países desarrollados están buscando minerales en el fondo marino. La gran inversión de Japón en oceanografía apunta al estudio del suelo marino para conocer, por ejemplo, dónde están los depósitos de minerales nobles como el manganeso”, dice. Agrega lo que se hace en biotecnología: “Las farmacéuticas están buscando ciertos microorganismos en el mar en ambientes extremos para procesos industriales a partir de vida en el mar”. ¿Cuánto sabíamos sobre eso?.

10 preguntas a Miriam Fernández

Directora del Núcleo Milenio Centro de Conservación Marina de la UC y creadora del programa Chile es Mar.

¿Cómo tratamos el mar en Chile?

No lo estamos tratando bien. Están ocurriendo eventos catastróficos, como esto de la marea roja, que llaman la atención de todo el país, pero esa preocupación debería estar en el día a día. El problema es que nadie cuida lo que no conoce.

¿Por qué no lo conocemos?

Porque no ha habido una planificación que apunte a ese objetivo. Además, siempre hemos visto el mar como un recurso inagotable.

¿Estamos usando el mar como vertedero?

Sí, porque no hay una cultura al respecto. Si tú caminas al final del día por la playa en verano da vergüenza: hay pañales, botellas plásticas, colillas de cigarrillos. No sólo la industria salmonera tira cosas al mar, cada uno también genera impactos. ¿Por qué pensamos que tenemos menos responsabilidad que una empresa? La empresa tira todo en un día, pero nosotros botamos cosas como hormigas y eso también genera impactos que nadie evalúa.

¿Es más fácil contaminar el ambiente marino?

Es más fácil porque no ves la basura acumulada como en la tierra. La tiras en el mar y crees que no hubo ningún efecto porque no sabemos para dónde se va. Hay cosas que ni pensamos. Cuando usamos en la cara exfoliantes que tienen microplásticos no tenemos idea de que eso entra en un círculo de corrientes y puede terminar en la Isla de Pascua, que es el vertedero del plástico del Pacífico. Nos preocupamos mucho de estos eventos que generan disturbios sociales, pero en el día a día cada persona tiene que hacerse cargo. En el otro extremo, las autoridades no generan planes de educación ni de gestión de residuos.

¿Qué se puede hacer?

Podría haber un plan de acción para determinar cómo nosotros, como país, vamos a manejar el mar y que existan zonas de sacrificio para los residuos, tal como existen vertederos en la tierra. Con estudios serios se pueden definir zonas donde haya grandes corrientes donde se generaría menos impacto local, por ejemplo. Pero ese plan de acción no existe. Entonces, botamos salmones a 50 millas mar afuera, sin una base científica que diga que eso no va a tener consecuencias.

¿En Chile lo que no se fiscaliza o protege es arrasado?

Sí. Creo que ni las empresas ni cada uno de nosotros tenemos un compromiso ambiental. Insisto, todo parte con la falta de educación. No la hay para el ambiente terrestre, menos para el ambiente marino. Cuántos de nosotros vamos a la costa y le compramos locos a un pescador local o pedimos una merluza y nos traen una cosita de un porte ínfimo. ¡No puede ser! Con esa acción estamos generando un impacto en los ecosistemas marinos. Hay regulaciones del tamaño de la merluza que se puede comer o de la época y los lugares donde se pueden sacar locos.

¿Le importa eso a la gente?

Espero que algún día le importe. Si se están preocupando de comer verduras orgánicas, espero que empiecen a pensar en comerse una merluza del tamaño que corresponde o un loco de un lugar donde es permitido extraerlo.

¿Ayuda crear zonas de protección?

La falta de fiscalización también se ve en las zonas protegidas. La conservación terrestre en Chile lleva cientos de años y estamos protegiendo el mar ¡recién hace diez años! Ya, creemos áreas protegidas, pero salvo Las Cruces, no hay ningún área protegida que tenga un plan de administración o un guardaparque para cuidarlo.

Entonces, ¿por qué seguimos creando áreas protegidas?

A pesar de la falta de fiscalización, creo que es bueno crearlas porque sin figuras de protección, esas zonas pueden terminar siendo el próximo vertedero de salmones, por ejemplo.

 ¿Qué recomienda usted como punto de partida en educación?

Empezar a mirar el mar, conocerlo y cuidarlo. Hay que cambiar la jirafa por el congrio. Cuando uno mira los libros de textos de los niños, con suerte hay especies terrestres chilenas, ¿pero marinas? Nada. No hay un acercamiento del mar a la ciudadanía a pesar de que el 70 por ciento de su territorio está en el mar.

Qué se está investigando sobre el mar

La gran fosa de Atacama

Este lunes en Concepción se inaugura en sociedad el Instituto Milenio de Oceanografía (IMO), una entidad que viene trabajando hace dos años y que investiga en aguas abiertas y profundas.

Uno de los objetivos del instituto es entender qué ocurre con los organismos marinos en zonas donde el oxígeno es escaso y el pH del agua de mar es más bajo. Chile tiene un laboratorio natural para eso: frente a las costas de Perú y hasta las de Coquimbo existe una gran extensión del océano que no tiene oxígeno en forma permanente. Es, de hecho, una de las tres zonas del mundo donde ocurre ese fenómeno natural que tiene intrigados a los científicos. Sin embargo, hay vida ahí. “Hemos descubierto que hay algunos microorganismos, como grupos de bacterias, que de acuerdo a la literatura no debían estar”, dice Osvaldo Ulloa, director del IMO.

El instituto tiene otro proyecto estrella: en dos años esperan explorar la fosa de Atacama, cuya parte más profunda tiene ocho mil 100 metros. Se supone que a mayor profundidad hay menos actividad biológica, pero existe evidencia en otras fosas de que esto no es siempre así. “Queremos entender cómo funciona el ecosistema allá abajo y su dinámica”, dice Ulloa, que la semana pasada estuvo en EE.UU. conversando con científicos de centros oceanográficos de ese país interesados en participar en esa investigación. “Para los chilenos ir a la fosa de Atacama debiera ser como para los norteamericanos ir a la Luna”.

El canto de las ballenas

El canto de las ballenas azules que llegan a fines del verano al sur de Chile ha llamado la atención de los investigadores del proyecto COPAS Sur-Austral, de la U. de Concepción. Aunque están conectadas con las ballenas azules del Pacífico tropical, las que llegan a alimentarse al extremo sur del mar interior de Chiloé tendrían un canto particular que las identifica, lo que está siendo analizado.

Otra investigación de este grupo intenta determinar si el agua dulce proveniente del glaciar Jorge Montt, ubicado en Campos de Hielo Sur y que ha retrocedido cerca de 19 km en el último siglo, aporta nutrientes que sirven de alimento a los microorganismos que viven en el fiordo.

También encontraron evidencia de un rol inesperado de los ríos patagónicos para los ecosistemas marinos: el langostino de los canales, que forma parte de la dieta de numerosas especies patagónicas, durante su vida juvenil se alimenta de materia orgánica de origen terrestre en la desembocadura del río Baker.

Centinelas de la contaminación

Rodrigo de la Iglesia dirige el laboratorio de Microbiología Marina de la UC y está analizando los efectos que tiene la contaminación costera sobre las algas unicelulares. Explica que en Chile hay varios sitios costeros que presentan un impacto evidente producto de la actividad humana, como Quintero, Chañaral o Huasco. Ahí estudian qué especies de fitoplancton se encuentran habitando cada zona, para entender cómo esta perturbación afecta y si existen microorganismos que puedan servirnos como centinelas ambientales, esto es, organismos que “avisen”, mediante cambios en su número, cuándo un sistema costero no está saludable.

La acidificación

Uno de los efectos más relevantes del cambio climático es la acidificación de los océanos, un problema que comienza a estar en la agenda de las autoridades a nivel global. Nelson Lagos, director del Centro de Investigación e Innovación para el Cambio Climático (CiiCC) en la U. Santo Tomás e investigador del Núcleo Milenio MUSELS, explica que en la costa de Chile hay zonas de alta acidez debido a las altas concentraciones de CO2, lo que deja con menos oxígeno a las especies. Junto a su equipo, Lagos ha medido en laboratorio el impacto de la acidificación sobre especies de consumo habitual. “Los choritos podrían tener un 30 por ciento menos de carne porque se restringe su capacidad fisiológica y el crecimiento de ostiones sería un 25 por ciento menor”, dice. Agrega que en lugares similares a las costas chilenas, como en Oregon-California, se proyectan efectos como estos para el año 2040. “Hay un sentido de urgencia en la comunidad científica que estudia la acidificación del océano para tomar medidas de mitigación y estamos trabajando para poner el tema en la agenda de los tomadores de decisiones”.

Muertes masivas

Vreni Häussermann es directora del Centro Científico Huinay y fue una de las primeras investigadoras en detectar el desastre de las ballenas en el golfo de Penas y Puerto Natales el año pasado, cuando más de 330 de estos mamíferos fueron encontrados muertos, en uno de los varamientos de cetáceos más grande que se ha registrado.  Ése es uno de los temas que está trabajando y aún no tiene resultados definitivos, sin embargo, adelanta que “la hipótesis más probable es la marea roja”, y explica que dos meses después de la data de muerte todavía existía presencia de las toxinas asociadas a ella en el estómago de las ballenas.

Junto a las organizaciones WCS, WWF y el Centro Ballena Azul, y en cooperación con el Ministerio de Medio Ambiente y el SHOA, también trabaja en la propuesta de una red de áreas protegidas en la Patagonia que debiera ser presentada en los próximos meses. “Patagonia es un hotspot de diversidad único en el mundo, pero muy poco protegido y que está bajo una presión económica muy fuerte”, dice. Además trabaja con investigadores de otros países en un proyecto para detectar las causas de las mortalidades masivas de los corales en la Patagonia.

José Miguel Jaque

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  • 24/05/2016