Bahía de Quintero: Industrias contaminan y ordenan cerrar las escuelas

Foto: Archivo Terram.

Relato de Msc. Ing. Pedro Serrano Rodríguez, presidente del directorio de Fundación Terram y director Arquitectura Extrema UTFSM. Fuente: Sustempo; CodexVerde. 7 septiembre de 2018.


Pedro Serrano, Presidente del directorio de Fundación Terram.

Parece chiste, pero es trágica y dramáticamente la pura verdad: derrames y escapes suceden tan seguido en la pobre bahía de Quintero, que es imposible desentenderse de las más de 300 personas intoxicadas que pasaron por el hospital del lugar debido al último escape de gases tóxicos producido desde alguna de las industrias instaladas a orillas de la bahía.

Digo alguna, porque todas esas empresas, amparadas en sí mismas y sus enormes redes de poder, más una curiosa falta de pruebas, se declaran inocentes. Innombrablemente, como en una historia surrealista de país bananero se cierran todas las escuelitas, pero las industrias siguen funcionando.

La bahía de Quintero y el territorio de Ventanas como parte de Puchuncaví han sido declaradas hace más de una década, informalmente, como un territorio, área o “Zona de Sacrificio”.

Una “Zona de Sacrificio” es un territorio donde el Estado admite que se instalen industrias altamente contaminantes, debido a su propia naturaleza o por la insuficiente regulación, escasa fiscalización ambiental, normas insuficientes o inexistentes. Estas insuficiencias hacen que el territorio se contamine a tal punto que los suelos y las aguas se contagian, declarando la zona como “sacrificada”.

El caso actual de Puchuncaví-Ventanas y bahía de Quintero es el prototipo exacto de un “Área de Sacrificio” instaurada a sabiendas por el Estado de Chile durante décadas continuas.

Sin retorno

Dejando a un lado el reciente suceso de los escapes de gases tóxicos, resulta que la acumulación por años de veneno en los suelos muestra que hay entre 30 y 40 cm de tierra ya contaminada en una vasta área. Las últimas muestras de pozos de agua en la zona, entre 6 y 15 metros de profundidad, indican agua intomable con componentes tóxicos, incluyendo arsénico, mercurio y plomo, que superan toda norma.

Esto último asegura que el territorio ya es difícil de limpiar en el mediano plazo. Y, por supuesto, se asegura que en ese bosque de chimeneas amenazantes, el aire nunca estará limpio, pues los tóxicos que caen por gravedad los arrastra el viento y se depositan diariamente en un suelo inconcebiblemente maltratado.

Todos los animales que se crían o viven en dicho territorio estarán gravemente contaminados por décadas. Lo que resulta todavía más absurdo es que todo ser humano que viva en dicho territorio está desde ya irremediablemente destinado a vivir envenenado. Ya lo hemos dicho e insistiremos: perpetrar una infancia allí es suicida, la situación no tiene retorno.

Si la contaminación se detuviese hoy, pasarían décadas, probablemente, un siglo, para que el territorio sanase sus heridas. El evento de gases que intoxican gente uno, dos o tres días, no se compara con la lenta absorción de tóxicos a los cuales los habitantes y el medio ambiente están sometidos. El arsénico, el plomo, los azufres y el mercurio son de lenta absorción y difícil extracción. Quien viva o labore allí se somete irremediablemente a un destino atroz.

Hay decenas de infantes que están siendo subyugados a la violencia ambiental que se vive en esta zona; vomitan, convulsionan y enferman, y esto ha ocurrido en múltiples ocasiones en los últimos años, sucesos que han sido abundantemente cubiertos por la prensa. ¿Cómo es que el Estado de Chile, sus presidentes y presidentas, sus parlamentarios, sus gobiernos regionales siguen permitiendo esta realidad?

Foto: Archivo Terram.

Mar sufriente

La bahía de Quintero es un cuento aparte, pero integrado al desastre territorial. También es un “acuitorio de sacrificio”. Por algo las empresas contaminantes están en la playa.

Partiendo por el norte, en el poblado de Ventanas, encontramos cuatro centrales termoeléctricas de AES-GENER, las que toman agua del océano Pacífico gratis —agua que es soberanía de todos los chilenos— para sus procesos de enfriamiento (y no poca) del orden de 30 mil m3 por hora. La toman fría y la devuelven caliente, 10ºC más, al mar. Esta sola acción debiese ser una infracción ambiental en sí misma; cualquier biólogo marino sabe que estos cambios de temperatura afectan al biosistema acuático de la bahía.

Pero no solo eso, esta succión y botadura de agua va acompañada de otros químicos y un “líquido desincrustante” que evita que moluscos y algas se adhieran a las cañerías interiores y que, por supuesto, no permite que se adhieran naturalmente a los fondos rocosos de la bahía.

Agreguemos que estas centrales eléctricas son a carbón, en un contexto donde la apuesta es descarbonizar la matriz energética. Por la temperatura a la cual se quema este hidrocarburo se produce óxido nítrico al oxidar un 75% de nitrógeno del aire; se emite CO2, contribuyendo a los efectos del cambio climático; se emite material particulado y, dependiendo del tipo de carbón en uso, se puede llegar a emanar óxido de azufre, SOx, que con la humedad se convierte en ácido sulfúrico disuelto en el aire. Estos procesos generan cenizas y cantidades no menores de escoria de carbón que llenan el traspatio del sector, propiciando un ambiente de película de terror. Alguna vez los pillaron pintando de verde los patios de escoria para disimular.

Para terminar de embarrarla, perdón, debo decir carbonizarla, estas centrales térmicas a carbón mineral tienen un muelle de desembarco del hidrocarburo, en el que cada cierto tiempo se registran notables derrames en las ancestralmente prístinas playas de Ventanas. El último registro es del 20 de junio de 2018, cuando la Gobernación Marítima de Valparaíso determinó cursar una multa de $250 millones contra AES Gener.

El caso de la refinería

Siguiendo hacia el sur de la Bahía, está Cementos Melón –ahora Lafarge-, empresa que espera producir más de 600 mil toneladas de cemento anuales, lo que “es un hito” en su historia, pero para el medio ambiente es otro golpe. Imagino que a nadie se le escapa que producir cemento es una de las cosas más contaminantes, ya que entre las muchas industrias, esta utiliza energía contaminante para calcinar, moler y secar, descontando que por mucho que se cubra los ductos, el polvo finísimo queda en suspensión.

Luego viene un gran territorio ocupado por Codelco Ventanas, que tiene el dudoso honor de ser quien inauguró la zona de sacrificio en el 1964. Hoy en día produce ánodos y cátodos de cobre de alta pureza (99,99%), reconocida mundialmente por su calidad.

Hasta allí todo bien, pero desde ese año la fundición ha trabajado con mineral sulfuroso y por su chimenea escapan toneladas de óxido de azufre que, convertido en ácido sulfúrico, destrozó el futuro agrícola de un enorme valle habitado por un biosistema que también fue destrozado. Recuerdo que personalmente vi los hígados azules-verdosos de los conejos, efectos que también cientos de personas sufrieron por el flagelo de esa chimenea. Cabe señalar que nuestros minerales de cobre tienen altos contenidos de arsénico y por Ventanas pasa mucho arsénico.

Décadas después se ha logrado controlar las emisiones de la chimenea. Hoy en día casi todo ese azufre que sobrevolaba el valle se precipita con agua y el ácido sulfúrico pasa de ser un flagelo ambiental a convertirse en el tercer negocio de la refinería.

Sin embargo, el daño ya está hecho. La penetración del flagelo en el suelo tardará años en limpiarse y, lo peor, fueron los efectos que sufrieron los pobres operarios chilenos que respiraron por años el aire contaminado de su propio trabajo. Muchos ya han muerto de cáncer y heridas horribles, se han exhumando sus cadáveres, pero aún  no se confirman las acusaciones contra la refinería que hizo la comunidad. Hoy existe la asociación de viudas de Ventanas, que en la prensa las han denominado como las “viudas de los hombres verdes”.

Los terremotos también han afectado a Codelco Ventanas. No se ha caído la chimenea, pero sí se han fracturado los hornos, produciendo fuertes y largos episodios donde el solo paso por la carretera resultaba intoxicante (yo tuve que pasar cerca varias veces). Lo triste era verificar cómo los operarios sobrevivían sin la adecuada indumentaria.

No dedicaré mucho espacio a la tristemente célebre y vapuleada escuelita de La Greda, donde se detectó que sus niñas y niños tenían alto grado de arsénico y plomo en la sangre. En este caso, la solución ejecutada por el Estado de Chile fue trasladarla a un ex cenizal de carbón que queda más arriba y pintarla de blanco.

En la Fundición Codelco Ventanas (ex ENAMI), las más grande y antigua empresa contaminante de la “Zona de Sacrificio”, probablemente queda mucho paño por cortar, juicios y exhumaciones por ventilar y, quizás, muertes por contar.

Las redes de poder

Siguiendo hacia el sur se encuentra OXIQUIM, empresa que se estableció en 1981 en la Bahía de Quintero, con un terminal marítimo especializado en la descarga de gas licuado de petróleo (GLP), que luego sería re-gasificado en Gasmar con cinco gigantescos estanques para 145.000 m3 de GLP refrigerado. Lo que hace Gasmar es regasificar el recurso para su distribución y consumo. Según se manifiesta en la página web de Oxiquim, se proyecta ampliar este terminal para recibir un mayor volumen de combustibles.

Por supuesto que todas las actividades químicas y combustibles de Oxiquim y Gasmar tienen potenciales efectos negativos para el ambiente y sus habitantes. De hecho, mientras escribo este relato, la comunidad manifiesta que las más de 300 intoxicaciones fueron producidas por las privadas Oxiquim-Gasmar y la estatal ENAP estaría pagando los platos rotos. Pero las tramas de poder político y redes de influencia son harina de otro costal.

Luego viene el territorio ocupado por ENAP que tiene un terminal importante para la descarga de petróleo y derivados. En septiembre de 2014 se derramaron 30 mil litros de crudo al mar; en agosto de 2015 ocurrió otro derrame similar; el 14 de mayo de 2016 se derramó frente a la playa El Bato aceite decantado; y, así, el prontuario de la estatal en la bahía de Quintero es amplio y notable. Demás está decir que la playa tiene sus enormes estanques y, según la acelerada reacción de las autoridades frente a esta última nube tóxica, de allí habrían salido los contaminantes, hecho que la empresa niega. Además, ENAP posee un 20% de participación en GNL Quintero S.A. (GNLQ), que almacena y regasifica Gas Natural Licuado (GNL).

El siguiente terrenito pertenece precisamente al mencionado terminal GNLQ, donde ya han ocurrido eventos que han ensuciado la bahía.

Luego, antes de llegar al poblado de Loncura, vienen los terrenos de COPEC y ENEL, empresas que tampoco son precisamente inocuas para el ambiente local.

La necesidad de no vivir allí

Con todas estas líneas de desastres ya es suficiente, solo falta agregar el ruido ambiente, los estallidos sorpresivos, los fierros chocando y la contaminación lumínica. La única justificación de todo este problema socio-ambiental son los miles de millones de dólares que mueven y ganan estas empresas, la mayoría, privadas. Los dirigentes políticos, diputados, senadores, consejeros, sus oficinas de abogados, sus gerentes, sus accionistas, viven lejos de allí y difícilmente se sumergen alguna vez en la atmósfera de este lugar.

Nada sano se puede pescar o cultivar en la bahía de Quintero; ni menos en los territorios colindantes. Las empresas dan trabajo a miles de obreros que lentamente absorben contaminantes para toda su vida y muerte. El Estado de Chile completo, con todas sus entidades, absorbido por el poder económico involucrado durante 50 años, ha sido incapaz de resolver esta realidad. Lo triste es que no hay vuelta atrás, el territorio ya ha sido sacrificado y si, por algún milagro, esta actividad se detiene hoy, se cierran y desmantelan los monstruos, el territorio demorará miles de años en recuperarse a un costo social incalculable.

Quisiera ser francamente pesimista: yo no recomendaría a nadie que “perpetre” su vida allí, menos a las niñas y niños que sufren vómitos y convulsiones actualmente y vaya a saber uno qué cosas horrendas les espera en el futuro, pues el aire, el agua y el suelo están muertos. El territorio ya fue “sacrificado”.

La única compensación válida es que la población sobreviviente se traslade a un territorio limpio con las condiciones iniciales, se cubran y compensen sus hospitales, sus enfermedades y sus muertes. Tanto dinero para el confort y felicidad de unos pocos no puede valer del sufrimiento de tantos. Eso se llama codicia, el mal del mercado.

Cabe destacar que Puchuncaví viene de Pichún Cahuín, muchos festejos y fiestas, lugar donde los jefes indígenas locales pasaban sus veranos de sol y abundancia de frutos de mar y tierra antes de la llegada de los españoles. Solo dos siglos previos a la llegada del empresariado del terror.

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