Científicos advierten de colapso de ecosistemas marinos: ¿Cómo está Chile?

Calentamiento del agua, estratificación, acidificación, desoxigenación, aumento del nivel del mar. Es el cambio climático en los océanos, una situación que afecta la seguridad alimentaria de la población humana y la Corriente de Humboldt, la que determina las características del mar chileno. Fuente: Interferencia, 12 de noviembre de 2019.

By Cristóbal Moreno

Científicos advierten de colapso de ecosistemas marinos: ¿Cómo está Chile?

El último Informe Especial del Panel Intergubernamental de cambio climático de Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés), entregó mayores certezas sobre los impactos globales observados en los océanos y la criósfera (capa de hielo del planeta), que derivan del cambio climático.

El documento arrojó – con niveles de probabilidad del 99-100%- poco tranquilizadoras proyecciones: durante el siglo XXI, el océano pasará a tener condiciones sin precedentes, con temperaturas aumentadas y mayor acidificación. Con un muy alto rango de probabilidad, las capas superiores del océano tendrán una mayor estratificación (concentración de sus elementos, según capas). También es posible una disminución del oxígeno (con un nivel de confianza medio) y una producción primaria neta alterada, que es la capacidad de generación de energía a partir de la biomasa (con un nivel de confianza bajo).

En lo que se refiere a los recursos pesqueros, el reporte asegura con un alto rango de probabilidad, que para fines del siglo XXI habrá una disminución de la biomasa marítima en toda la red alimentaria del 15%, lo que podría variar positiva o negativamente en un 5,9%

Asimismo, en un escenario probable de altas emisiones y concentraciones de gases de invernadero (GEI), el potencial máximo de captura de las pesqueras bajará entre 20,5% y 24,1%, comparado con el periodo 1986-2005. En ese mismo escenario, casi todo el fondo marino de aguas profundas (entre 3.000 y 6.000 metros), experimentará disminuciones de la biomasa bentónica (aquella que vive en los fondos marítimos).

¿Y la pesca y acuicultura de Chile?

Uno de los fenómenos más interesantes en las costas de Chile, Perú y Ecuador es la existencia del Sistema de la Corriente de Humboldt, que empuja hacia la superficie las aguas frías profundas, ricas en nutrientes. Es lo que se conoce como surgencia, un fenómeno responsable de que Chile y Perú sumen el 7,2% del total de pesca de captura mundial, según datos de la FAO de 2018.

Según explica Laura Ramajo Gallardo, investigadora y PhD del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (Ceaza), “la surgencia a lo largo de la costa de Chile está modulada por la posición del Anticiclón del Pacífico Sur, una zona de baja presión [comúnmente responsable de lo que llamamos buen clima], el que durante el otoño e invierno se encuentra en una posición más al norte, mientras que en la primavera y el verano migra hacia el sur, lo que favorece la ocurrencia de vientos que hacen posible la surgencia entre Coquimbo y Concepción”.

Pero este fenómeno virtuoso de la naturaleza ha cambiado a consecuencia del cambio climático. Según relata la investigadora, está pronosticada una migración del anticiclón varios grados hacia el sur, y ese cambio de posición provocará una intensificación de los procesos de surgencia, perdiendo la estacionalidad a la cual los sistemas están acostumbrados, lo que -a su vez- provocará un aumento en la intensidad y frecuencia de este fenómeno. Lo que no necesariamente son buenas noticias.

“Una mayor ocurrencia de surgencia podría favorecer un aumento de la productividad de la costa. Sin embargo, el gran problema es que estas aguas profundas que ascienden hacia la superficie no solo son ricas en nutrientes, sino también son frías y ácidas, lo que tendrá un efecto no deseado en los organismos, sobre todo los sésiles [aquellos que viven pegados a las rocas] o los cultivos”, dice Ramajo.

Aunque todavía no hay claridad absoluta de qué vendrá, ya se ven ejemplos negativos contundentes: se sabe que la industria de los ostiones en Tongoy ha perdido parte de su producción ante eventos intensos de surgencia y que, durante 2017, con una duración de dos meses, la mortandad del cultivo fue del 40%.

Mayores temperaturas, CO2 y acidez

El aumento de la temperatura de las aguas, otro de los efectos directos del cambio climático, ha afectado la distribución de nutrientes, con el consecuente desplazamiento de peces que se mueven en busca de ambientes con condiciones adecuadas para habitar.

“La reducción de oxígeno en los océanos es de hasta el 40% en algunos lugares, lo que provoca también compresión del ambiente y genera competencia por recursos y espacio, y muchos seres no sobreviven”, dice Ramajo.

Según datos de la Mesa de Océanos de la COP 25 publicados este mes en el documento Océano y cambio climático, 50 preguntas y respuestas, las especies pelágicas como la anchoveta o la sardina común verían una disminución sustantiva de su biomasa, y para el 2055 una sustantiva pérdida de su hábitat, mientras que el jurel y el pez espada, habrán buscado refugio más al sur. El loco, tendrá zonas de mayor idoneidad desde el paralelo 35º (Talca), y el chorito, desde los 45º (Puerto Montt). Poco se sabe de lo que pasará con crustáceos y moluscos enterradores, aunque las algas estarán algo más a salvo.

Por otro lado, los modelos climáticos de los científicos muestran que el incremento de la temperatura producirá más severidad en los eventos de corrientes cálidas que afectan Humbolt, conocidos como El Niño. “El de 2015-2016 fue una especie de fotografía del escenario dentro de los próximos 50 a 100 años. Se produjo un desplazamiento de la mayor parte de la biomasa de sardina común, que típicamente está disponible para la pesca en la Región del Bío Bío hacia el sur, donde por reglamentación los pescadores no pueden ir a capturarla. Aparecieron atunes en la zona del canal Chacao, y una gran mancha de medusas frente a Chiloé’, relata Jaime Letelier Pino, PhD y jefe del Departamento de Oceanografía y Medio Ambiente del Instituto de Fomento Pesquero (IFOP).

Respecto a los cambios oceánicos que afectan a Chile, hay que contar asimismo, los brotes no anticipados de Marea Roja, y con el proceso de liberación de algas nocivas, la consecuente mortalidad de peces y moluscos, sin mencionar marejadas anormales que dañan los ecosistemas del borde costero, las áreas de manejo de los recursos y la infraestructura pesquera, como muelles y botes.

En el caso de los estuarios, el IPCC señala que, a escala global, el trastorno de estos sistemas, expresado en una mayor salinización e hipoxia (reducción de oxígeno), ha provocado migración y reducción de la biota estuarina. Llevado a nivel local, es lo que podría pasar en los fiordos del sur de Chile.

Según información de la Mesa de Océano, en Chile el aumento de la temperatura y las precipitaciones ha provocado en estos ambientes una mayor cantidad de nutrientes en el agua (eutrofización), con un consecuente crecimiento excesivo de algas y bacterias. Además, la disminución de oxígeno ha sido catastrófica para peces y crustáceos, con mortalidad masiva y la proliferación de especies de pocos predadores, como las medusas.

La acidificación de los océanos, por otro lado, golpea a Chile directamente en la salud de algunos de sus más apetecidos productos: choritos y locos, entre otros. El cambio de la acidez disminuye la concentración del carbonato de calcio (CaCO3) que estos organismos usan para construir sus conchas o exoesqueletos, que es la estructura que les brinda soporte y protección.

“Se ha visto que el gasto energético asignado para funciones vitales ha aumentado, es decir, este tipo de especies destinan mucha energía solo para mantenerse vivos, y les queda menos para otras funciones como crecer o reproducirse. Como ejemplo, los locos han visto afectada su capacidad sensorial para detectar predadores y recuperarse ante perturbaciones y los choritos o mejillones crecen menos, tienen menos carne’, explica Rodrigo Torres, PhD e investigador de el Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia (CIEP).

En relación a lo que podría ocurrir en océano abierto, los pronósticos globales indican que estas aguas sí se están calentando y ciertos modelos proyectan que en Chile la producción pesquera podría aumentar, al haber mayor temperatura. Pero, nuevamente, no hay certezas.

Ausencia de datos

Chile actualmente carece de un sistema integrado oceanográfico para monitorear sus costas, habiendo tan solo algunas pocas boyas científicas distribuidas a lo largo del país, y estaciones meteorológicas locales todavía más esparcidas, producto básicamente de esfuerzos individuales de centros de investigación y universidades, con el apoyo de entidades gubernamentales solo en algunos casos.

La consecuencia es que se carece de datos de alta frecuencia y series largas para entender más a cabalidad el sistema climático (que no es lineal) a escala nacional y ni hablar de la escala regional, cuya medición es la situación óptima, dada la extensión y complejidad de las costas chilenas.

Estas carencias comprometen la posibilidad de conocer con mayor profundidad lo que ocurre, y con mayor razón hacen muy difícil proyectar lo que vendrá.

“En el caso de la intensificación de la surgencia, algunos pronósticos dicen que al final de siglo el anticiclón volvería a su posición original y las costas de Chile se terminarían calentando y no enfriando. Nos movemos entre un escenario con aguas más ácidas, frías y menos oxígeno, y otro de un calentamiento en la costa’, afirma Ramajo respecto de escenarios inseguros.

En el caso de la Patagonia, se trabaja recién en la elaboración de líneas de base. “Hay información de zonas cercanas a centros poblados y otra entregada por cruceros oceanográficos chilenos y extranjeros, pero no hay series. Gracias a la modelación matemática podemos entender, por ejemplo, los mecanismos tras los cambios en el hábitat o tolerancias máximas y mínimas al estrés, pero comprender el sistema climático y sus consecuencias va más allá de la respuesta particular que nos dan estas modelaciones’, asegura Torres, del CIEP.

Esto no equivale a que no haya datos para tomar decisiones ahora. La Mesa de Océano de la COP 25 envió recientemente un documento al Ministerio de Ciencias, Tecnología e Innovación con una propuesta para el diseño de un sistema integrado de monitoreo oceanográfico. Además, deben ser actualizados para revisión, los planes de adaptación al cambio climático de pesca y acuicultura. Y no solo eso; este grupo de trabajo está desarrollando por primera vez el plan de borde costero, que será lanzado el año que viene y que considera aspectos como el aumento del nivel del mar e impactos en la infraestructura.

Este grupo de trabajo está afinando, asimismo, el desarrollo de las nuevas estrategias para incorporar el océano a las contribuciones nacionalmente determinadas (NDC, por sus siglas en inglés) para el 2025, que son los compromisos de Chile al Acuerdo de París, y que actualmente no tienen ninguna medida ni en mitigación ni adaptación, en lo que respecta al océano chileno.

De tal modo, se propondrá un paquete de medidas que se discutirán a finales de octubre en una reunión especial, donde destacan aquellas de gran impacto basadas en medidas naturales, en ecosistemas, prácticamente gratuitas, y que no necesitan incorporar infraestructura dura. Son las llamadas infraestructuras verdes, como las ligadas a la conservación de humedales y bosques de algas.

“Estos bosques ayudan a subir el oxígeno y la acidez del agua, es parte de sus procesos fotosintéticos y son, por ende, importantes en la mitigación, al capturar CO2. Pero también contribuyen a la adaptación al cambio climático, pues tienen la capacidad de retener la actividad de oleajes y marejadas, inclusive tsunamis’, explica Ramajo.

Paradojalmente, Chile permite el barreteo (extracción íntegra del alga viva), y varias toneladas el producto extractado de forma no sustentable se exporta, especialmente a los mercados asiáticos.

Situaciones como esa revelan que se requiere también realizar profundos cambios legales e institucionales, mejorar la gobernanza entre todos los actores, promover la economía circular para reducir los desechos y educar en todos los niveles.

Y hay algunos ejemplos, como el Santuario de la Naturaleza del Bosque de Calabacillo en la región de O’Higgins, un proyecto que permite conservar las algas de la zona y que es resultado de esfuerzos municipales, de pescadores artesanales y la academia.

Proyectos de este tipo ayudarán a mejorar el estado de las pesquerías, que se mueven en medio de escalofriantes datos que entrega la Subsecretaría de Pesca año a año: actualmente, ocho de ellas están agotadas o colapsadas y once sobreexplotadas, conforme reporta el estudio Estado situación principales pesqueras año 2018. Un botón de muestra: el jurel pasó en 2007 de 1.302.784 toneladas desembarcadas a 355.296 en 2017. Es decir, una reducción del 72,7%.

Una situación que tiene efectos incluso en otras estrategias para combatir el cambio climático fuera de los océanos, pues sin esa biomasa en niveles que permitan su extracción sustentable, se hace más difícil el propósito de reducir el consumo de carne roja, algo sugerido incluso por el mismo IPCC.

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  • 13/11/2019