Miguel Altieri sobre la nueva Constitución: tiene que instalarse el concepto de soberanía alimentaria

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Miguel Altieri es agrónomo de la Universidad de Chile y lleva más de cuatro décadas desarrollando la agroecología en Latinoamérica y el mundo. Ha sido profesor de la Universidad de California en Berkeley, asesor de la FAO y coordinador de las Naciones Unidas en temas de agricultura sustentable. En esta entrevista exclusiva con Revista Entorno, Miguel nos habla de agroecología, soberanía alimentaria y -cómo no- de la nueva Constitución chilena. Fuente: Revista Entorno, septiembre de 2021.


Para comenzar ¿qué propone la agroecología como alternativa para la agricultura?

La agricultura no es otra cosa que un ecosistema artificializado, entonces una estructura o sistema que es artificial, como un monocultivo, carece de elementos de biodiversidad y por lo tanto no hay interacciones ecológicas que promueven los procesos que se dan en un ecosistema natural. Los principios de la agroecología tratan de restaurar la lógica de los ecosistemas naturales en la producción agrícola. Pero para eso hay que cambiar los sistemas. Entonces, un principio fundamental es la diversificación. Romper el monocultivo y diversificar a nivel de predio con diseños espaciales, con policultivos, sistemas agroforestales, integración animal. Hay una serie de técnicas. Pero también hay que considerar el nivel del paisaje, porque la matriz paisajística que rodea los campos tiene una influencia sobre el funcionamiento de lo que pasa en un predio. Un campo que está rodeado de monocultivos químicos va a tener una dinámica muy diferente que si está rodeado de un bosque natural. Entonces, tratamos de diseñar una matriz paisajística con setos, con rompevientos, cercos vivos diversificados que juegan diferentes funciones y atraen insectos benéficos, polinizadores, etcétera.

Otro principio agroecológico es mejorar la calidad del suelo, incrementando la materia orgánica del suelo y la actividad biológica de ese suelo. Porque resulta que en el suelo hay miles de microorganismos que están jugando roles ecológicos fundamentales en la nutrición de la planta, en la defensa de la planta contra enfermedades o en el reciclaje de nutrientes. Son principios que básicamente lo que pretenden es restaurar la biodiversidad funcional, que son los organismos que juegan un papel importante para que los sistemas productivos puedan funcionar. Por ejemplo, tienen que haber polinizadores, predadores y parásitos de plagas, antagonistas de enfermedades, etc. Tienen que haber microorganismos benéficos que descomponen la materia orgánica y reciclan los nutrientes. Todo eso es parte del diseño agroecológico y son parte de los principios que guían el diseño de los sistemas.

Has investigado y desarrollado la agroecología por más de 40 años, ¿cómo empezó esto?

La agroecología emerge en América Latina al inicio de los años ’80,  cuando el cono sur se encontraba bajo distintas dictaduras y las facultades de agronomía estaban muy influenciadas por  Universidades de USA, como la Universidad de Chile por la Universidad de California. Entonces volvían los profesores de estas facultades a replicar ese modelo de grandes extensiones de monocultivos con aplicación de pesticidas y dependientes de mecanización y extracción ilimitada de agua. Con esto, por ejemplo, la fruticultura en Chile se expandió de 50 mil a 300 mil hectáreas. Y en este contexto muchas ONG empezaron a trabajar con campesinos –que habían sido marginados de los programas de desarrollo- y con estudiantes que buscaban una alternativa al paquete de la llamada “revolución verde”.

Luego lo agarran los movimientos campesinos, sobre todo la Vía Campesina, que es un movimiento mundial, que esgrime la bandera  de la Soberanía Alimentaria. También hay países en los cuales, por circunstancias especiales, se fue escalonando la agroecología. Por ejemplo en Brasil hay una ley nacional de agroecología y países como Cuba, donde debido a la escasez de insumos por la caída del bloque socialista, se expandió la agroecología en forma tremenda a través de mecanismos de educación popular donde pasó en 10 años de 210 agricultores que practicaban agroecología a más de 130 mil hoy en día.

¿Y qué pasa a nivel institucional?

Al comienzo las instituciones nos ignoraron, pero la agroecología siguió creciendo a través de estos mecanismos sociales,  y ya después no nos ignoraban como antes, sino que nos empezaron a cuestionar. Empezaron a decir «bueno, la agroecología no puede alimentar al mundo», «la agroecología sólo es para pequeños campesinos», «no puede trabajarse con grandes agricultores», etcétera. Pero la agroecología, a pesar de eso, siguió avanzando a tal punto que hoy en día ya la empiezan a abrazar las instituciones. Pero hay una cooptación de la agroecología. Ellos incorporan elementos técnicos de la agroecología, pero ignoran toda la dimensión social, la crítica política que hace la agroecología al sistema capitalista de agricultura de monocultivo. Entonces, hoy la FAO y las universidades hablan de agroecología, cuándo fueron los que nos batallaron. Yo recuerdo que tuve debates tremendos con gente que hoy en día promueve la agroecología, pero promueven la agroecología soft o la agroecología chatarra que llamamos nosotros, que es la agroecología que impulsan las grandes instituciones. Sin embargo, hay muchos espacios de esperanza que llamamos faros agroecológicos, que han surgido con la filosofía agroecológica original y que se encuentran principalmente en países como Cuba, Brasil, Perú, Nicaragua o México. En Chile también hay faros agroecológicos, en Yumbel y Chiloé, por ejemplo.

Y en relación a la agricultura industrial, ¿se ha avanzado?

La agroecología ha escalado, pero no ha logrado cambiar la estructura política y económica de la agricultura dominante. De hecho, esa agricultura dominante se sigue expandiendo por el poder que tienen las multinacionales en el control del sistema alimentario y también porque hay fundaciones muy poderosas como la de Bill Gates y ahora Jeff Bezos que acaba de crear un fondo agrícola de 10 billones de dólares. Por supuesto, con las ideas que ellos tienen de high-tech. Entonces, la agroecología ha escalado, hay países que lideran mucho más que otros, pero hay experiencias muy concretas que existen en distintos países y que han salido a flote -durante la pandemia- como espacios de esperanza cuando se producen estas rupturas económicas y políticas con el COVID. Como ejemplo, nosotros trabajamos en Colombia con comunidades rurales locales, donde todos los campesinos que no dependían de insumos externos ni de mercados de larga distancia fueron los únicos que sobrevivieron durante la pandemia. Porque en Colombia, como en Chile, se cerraron las carreteras, se cerraron los mercados, se cerró todo, entonces las comunidades que tenían campesinos que podían producir sin la “revolución verde”, sino basados en la agroecología con mercados locales, fueron los que surgieron. Entonces estamos viendo que la agroecología es la única que ofrece una viabilidad productiva en estas circunstancias donde hay caos. Y lo mismo con el cambio climático. Hemos hecho estudios en el Caribe, en Cuba, en Haití, en Puerto Rico, que han sufrido huracanes y las únicas fincas que sobreviven estos huracanes -que tienen la capacidad de recuperarse- son las fincas agroecológicas.

Es interesante como en la agroecología hay un rescate de prácticas del pasado, pero al mismo tiempo hay una intención científica -si se quiere- de generar nuevo conocimiento, ¿Cómo se compatibiliza y potencia la agroecología en esta relación de pasado y futuro?

Todos los que podrían considerarse pioneros de la agroecología tienen una cosa en común: todos trabajaron en América Latina con campesinos. Y ¿qué sucede? Cuando estudiábamos estos sistemas campesinos nos dimos cuenta de que los sistemas tradicionales que utilizaban los campesinos, los cultivos múltiples o los policultivos, donde mezclan maíz con frijol, con calabaza, tenían una racionalidad ecológica interesante. Y se podían estudiar estos sistemas y entender por qué funcionaban. Por qué no tenían plagas, por qué producían bien, por qué no sufrían sequía, etcétera. Había mecanismos ecológicos que explicaban el funcionamiento de estos sistemas. Y si miramos, hay sistemas que todavía están funcionando, basado en lógicas de hace miles de años. En todo Los Andes, por ejemplo en Perú, te encuentras sistemas que funcionan como funcionaban hace 5000 años, con las variedades de ese tiempo, con los mismos arreglos y manejos. Las rotaciones, por ejemplo. Entonces, ese conocimiento tradicional es un acervo que ha sido ignorado por la academia, producto de la ignorancia: «esos campesinos no saben lo que hacen». Entonces nosotros hemos dicho no, esto es un acervo importante y lo que tenemos que crear es un diálogo de saberes, un puente entre la ciencia occidental, que es una manera de mirar al mundo, y los más de 500 grupos étnicos que tenemos en América Latina. Cada uno mira la naturaleza, la explica, tiene sus taxonomías, por lo que se puede decir que existen quinientas y una maneras de mirar la naturaleza. Una es la occidental, claro. Y esa mirada occidental tiene sus defectos porque es muy cartesiana y está basada en algunas interpretaciones de Darwin que solo explicaba la evolución en base a la competencia, cuando en la naturaleza hay mucho más colaboración que competencia. Entonces estamos hablando de la ciencia, la agroecología como una ciencia occidental, pero que es integradora, es sistémica, no es cartesiana e incorpora las dimensiones no solo ecológicas y productivas, sino también sociales, políticas y culturales. Y en ese diálogo de saberes emergen principios que gobiernan cómo se tienen que diseñar y manejar los sistemas agrícolas para que sean resilientes, productivos y diversos.

Por otra parte hay sistemas que no necesitan cambiarse, sino que intentamos entender por qué funcionan para transferírselos a otros campesinos a través del  método pedagógico «campesino a campesino». Porque estamos en un escenario que está cambiando. El clima está cambiando y hay nuevas plagas que los campesinos no conocían.

En términos más prácticos, has dicho que una familia puede tener una producción agroecológica viable en media hectárea (5000 m2).

Eso lo probamos en Chile, en Colina. Nos hicimos la pregunta ¿será posible crear un sistema de media hectárea con acceso a riego en la zona central que sea capaz de alimentar a una familia de cinco? Y ese diseño que ha sido publicado se basó en los principios agroecológicos. Ahí hay diversidad temporal, hay rotación, hay una serie de especies que están asociadas, hay bordes del campo que están rodeados con frutales que también son productivos e integración animal. Están todos los principios agroecológicos. Y nosotros demostramos, después de tres años que ya esa familia de cinco era capaz de abastecerse de todo excepto sal, aceite, fideos y arroz. Pero el resto todo lo produce ahí la familia. Eso significa un ahorro enorme de dinero y lo otro que demostramos es que los costos de producción bajaron en un 60 por ciento porque empezaron a utilizar recursos locales, a hacer compost, la rotación empezó a funcionar y por lo tanto ya no se necesitaba deshierbar tanto. Lo otro que se logró demostrar con ese estudio es que la mano de obra bajó. Al comienzo, cuando tú estás instalando la infraestructura ecológica, estás sembrando los árboles, es mucha mano de obra, pero después la mano de obra bajó casi un 40-50 por ciento. ¿Qué significó eso? Que esa familia podía por un lado darle valor agregado a los productos o por otro lado salir a trabajar. Pero la diferencia es que en Chile los campesinos salen a trabajarle –a cosechar- a los frutícolas. Entonces, cuando les ofrecen poco pueden decir que no, porque son soberanos alimentariamente. Esto empodera a los campesinos, porque una cosa es tener soberanía alimentaria y soberanía productiva, porque estás produciendo sin necesidad de comprar fertilizantes, pesticidas ni nada de eso y negociar con el mundo externo, y otro es no tener soberanía alimentaria y productiva y negociar con el mundo externo, en el cual te tienes que someter a trabajar por las miserias que pagan y exponerte a pesticidas y todo estas cosas que pasan en la agricultura industrial.

Desde la perspectiva de la diversidad de cultivos y productores es una buena noticia, que se demuestre que se puede producir en media hectárea. Sin embargo desde la perspectiva de la planificación, cuando vemos loteos de áreas rurales de 5000 m2, lo que vemos es que estamos perdiendo tierra agrícola, porque en el fondo estos loteos se van a usar para uso residencial. Entonces, ¿cómo compatibilizamos el objetivo de tener mayor diversidad de productores, mayor diversidad de cultivos; pero también proteger la tierra agrícola y evitar que estos loteos se desarrollen en las afueras de las ciudades para usos no-agrícolas?

Una cosa es un loteo para casas residenciales y otra cosa es un loteo de grandes propiedades para entregárselo a los campesinos. Eso es reforma agraria, que es lo que se necesita. En Santiago, por ejemplo, se han perdido más de 40 mil hectáreas de tierra agrícola (clase 1) que ha absorbido el crecimiento urbano y la especulación inmobiliaria. Ahora, eso escapa a la agroecología y tiene que ver con políticas agrarias, que yo pienso que la nueva Constitución tiene que abordar. La protección del suelo agrícola para el desarrollo urbano, eso no debiera permitirse más. Porque todo este cordón de propiedades agrícolas que rodea la ciudad es fundamental para la soberanía alimentaria. Porque una ciudad de 10 millones de habitante tiene que importar diariamente 6 mil toneladas de comida que tienen que viajar 1000 kilómetros en promedio. Eso es totalmente insustentable y dada la realidad de la pandemia, dónde de repente vienen las cuarentenas, vemos que las implicancias son enormes. Si nosotros protegiéramos todos estos cordones agrícolas de la expansión urbana, nos daría unas oportunidades enormes para empezar a trabajar el tema de la soberanía alimentaria de las ciudades.

Además, se ha demostrado que ciudades que están rodeadas, (como muestra un estudio en Sao Paulo) por pequeña agricultura son 10 grados Celsius más frías que ciudades que están rodeadas de monocultivos de caña de azúcar, por el efecto albedo. En California se han hecho estudios que han demostrado que las ciudades que están rodeadas de pequeñas fincas, tienen menos problemas de crímenes y problemas sociales y de violencia, que las ciudades que están rodeadas de grandes predios o monocultivos. Y eso se debe a que en las pequeñas ciudades donde están rodeadas de pequeños campesinos hay más interacción social, más cohesión social que en estos otros desiertos sociales donde se producen estos problemas. Entonces, los beneficios que puede tener una planificación urbana que considere la matriz agrícola como un componente fundamental, no solamente para proveer alimentos, sino para tener otros beneficios sociales y ecológicos, es de fundamental importancia y espero que en la Constitución haya gente que esté trabajando en lo agrícola. He visto que hay muchos discursos sobre la cuestión ambiental, que es súper importante, pero muy poco sobre el problema agrícola.

¿La agricultura urbana es viable para alimentar a nuestras ciudades?

Bueno, en Cuba, por ejemplo, hay 50 mil hectáreas de agricultura urbana que producen en promedio 20 kilos por metro cuadrado de hortalizas. Si por ejemplo en Santiago pusiéramos 400 hectáreas a producir 10 kilos por metro cuadrado podríamos alimentar a 800 mil personas con las hortalizas que se producen ahí. Entonces en cualquier ciudad vas a encontrar que hay lugares donde se podría producir. Para eso tendría que darse acceso a la tierra pública que está mal utilizada o incluso a tierras privadas. En Argentina, en Rosario, para la crisis del 2002, la agricultura urbana se expandió muy rápido como solución al problema alimentario, porque ahí lo único que tenían para comer era soya. Y entonces resulta que muchos privados que tenían grandes casas con grandes patios, ofrecieron a cambio de que se le bajaran los impuestos de propiedad, pedazos de tierra para que la gente produjera comida. Entonces pueden haber muchas iniciativas de agricultura urbana que pueden complementar, no digo que sea la solución absoluta, pero que pueden complementar la producción rural. Además que la agricultura urbana tiene muchos otros beneficios que hace que las comunidades trabajen conjuntamente, genere mayor cohesión social, ayuden en el reciclaje de la materia orgánica o a embellecer los barrios.

Considerando la crítica situación hídrica del país, se han mencionado soluciones como la carretera hídrica, las plantas desalinizadoras o la inyección de napas como si estas fueran soluciones milagrosas ¿qué soluciones se pueden proyectar desde la agroecología que ayuden a soportar, mitigar o adaptarse a esta situación?

¿Qué están pensando ellos? Necesitamos más agua, bueno, desalinicemos y sigamos regando los campos de frutales de monocultivo, ignorando que esos monocultivos también producen una serie de otros impactos, que van a seguir a pesar de que le echemos agüita desalinizada del mar. Pero no se trata solamente de echarle más agua, sino que tienes que cambiar los sistemas para utilizar esa agua en forma eficiente. Todo el manejo agroecológico de suelos orgánicos con abono verde, con compost, lo que hacen es incrementar la materia orgánica del suelo. Cuando tú incrementas la materia orgánica en 1 por ciento en el suelo, puedes incrementar la capacidad de almacenamiento de agua en 167 mil litros por hectárea. ¿Por qué? Porque actúa como un coloide, la materia orgánica absorbe muchas veces su volumen en agua. Todo eso es fundamental para el almacenamiento de agua en el suelo.

Después tienes los manejos que tienen que ver con evitar las pérdidas de agua. Por ejemplo, el mulch o producir dentro de los frutales, cereales por ejemplo, y después cortarlos y dejarlos como mulch alrededor de los árboles, de manera que baje la evaporación. También la utilización de variedades que son resistentes a la sequía. Hay variedades de tomate que son más resistente a la sequía que otras, asi como variedades de porotos o maíz. Todo lo que es la selección del germoplasma y en eso los campesinos tienen mucho que ofrecer porque son los que mantienen la agrobiodiversidad. Recuerda que los campesinos tienen en sus manos más de 2 millones de variedades  de cultivos a nivel global y la “revolución verde” solo  generó alrededor de 7000 variedades. Ese germoplasma hay que conocerlo, hay que introducirlo, sin privatizarlo como lo están haciendo las multinacionales, sino más bien tiene que haber un sistema público que reconozca que este patrimonio es del país y no patrimonio de unas compañías. Entonces la agroecología ofrece a través de la aplicación de los principios, soluciones para hacer que estos sistemas sean más resilientes a la sequía o a los huracanes o al cambio climático extremo. Por supuesto que sí hay obras que tengan que ver con aumentar el acceso de agua, bienvenido, pero que sea democráticamente distribuida y no absorbida o acumulada por unos pocos privilegiados.

Cuba es comúnmente mencionada como un ejemplo paradigmático de transición desde la agricultura industrial a la agroecológica, ¿por qué?

Cuba se enfrentó de un día para otro a una crisis. Ellos dependían de la Unión Soviética -a cambio de azúcar- para recibir fertilizantes, pesticidas y el petróleo de la maquinaria. Cuándo cayó la Unión Soviética, se encontraron casi de un día para otro que no había nada de eso. Bajaron las importaciones en un 80 por ciento. Imagínate que en Chile mañana cerramos la entrada de fertilizantes, pesticidas, tractores, petróleo. Colapsa la agricultura industrial. Y eso es lo que pasó en Cuba. La agricultura industrial estatal de las grandes fincas estatales, colapsó. Pero había gente en la Universidad, en los Institutos de Investigación y también campesinos que estaban trabajando con una propuesta agroecológica y ellos de repente se transformaron en los actores principales, porque eran los únicos que tenían algo que ofrecer frente a esta situación. Ahora, no debiéramos esperar que venga la crisis para aprender de ellos, sino deberíamos trabajar desde ya. Y eso es lo que la agroecología ha estado haciendo hace tiempo, a través de la creación de  faros agroecológicos en toda Latinoamérica.

El problema es que nuestros sistemas agrícolas dominantes, que son la agricultura de exportación en Chile, están ligadas a una racionalidad capitalista de exportación que va a ser muy difícil de romper. Aquí hay problemas estructurales que van a requerir cambios muy radicales, si es que se quieren cambiar los modelos de producción de agricultura dominante en Chile, como es la agricultura de exportación de frutas, de viñas, etcétera. Se van a requerir cambios radicales, pero no aquellos mecanismos de la economía verde, ya que no hacen otra cosa que posponer el problema. Es darle licencia a los contaminadores de seguir contaminando, pero ahora ellos compran su cuota de bonos de carbono o lo que sea. Son mecanismos de mercado. Pero como decía Einstein, los problemas no se pueden solucionar con la misma mentalidad que los creó. Tenemos que traer un nuevo paradigma y la agroecología es una de las propuestas para traer un nuevo paradigma transformador que rompa con la lógica del capital, con la lógica convencional de la “revolución verde” cartesiana darwinista. Pero para implementarla, necesitamos cambios políticos, estructurales, económicos. Y eso es lo que está diciendo el IPCC. Está diciendo cambios drásticos. Cambio de modelo extractivista, cambio de modelo consumista a un modelo basado en energías renovables, en mercados solidarios, en cooperativas entre consumidores y productores y por supuesto agroecológico.

Nueva Constitución

En el contexto de la nueva Constitución, ¿qué principios, derechos  o cambios institucionales te parece fundamental incluir?

Lo primero es declarar los Derechos Universales de los Campesinos y colocar la agricultura campesina como estratégica para la soberanía alimentaria del país. Porque Chile, a pesar de todo, tiene un sector campesino que sólo ocupa el 30 por ciento de la tierra, pero produce aproximadamente el 50 por ciento de los alimentos que se consumen en el país. En ese sentido la soberanía alimentaria es fundamental y tiene que protegerse. Y ¿cómo se protege? No importando lo que producen, por supuesto. Pero además, dándoles apoyo a través de instituciones como el INDAP. Ahora, el INDAP ha tratado de incursionar en la agroecología, pero de una manera muy tímida, con este concepto de agroecología soft o chatarra que les he explicado anteriormente. Tiene que haber una modificación absoluta del INDAP como una institución que adopta la agroecología como estrategia fundamental e impulsarla en forma participativa con los campesinos y campesinas.

También leyes que se necesitan sobre protección de suelo. En Chile la degradación de suelo está muy avanzada, junto a la desertificación. Tiene que haber una reforestación masiva en Chile con especies nativas, sobretodo de Santiago para arriba. Por ejemplo, en el África se están haciendo experimentos muy interesantes de reforestación del Sahel. Bueno, por qué no aprendemos de eso y empezamos a hacer una reforestación de todos esos espinales que están totalmente abandonados y ponemos a los militares a sembrar ahí.

¿Y la soberanía alimentaria?

La Constitución tiene que tener un concepto clarísimo donde se plantea que es fundamental asegurar la soberanía y la seguridad alimentaria a nivel nacional y a nivel local. La soberanía alimentaria significa el derecho de los pueblos de definir su propio modelo de desarrollo y producción agrícola. Chile no es un país que determina su modelo de desarrollo, sino que está determinado por los mercados internacionales y por lo tanto eso conlleva a grandes inequidades en la distribución de alimentos y en el acceso a alimentos sanos. Entonces, para que se logre eso, tiene que instalarse el concepto de soberanía alimentaria. Eso no significa que no se puedan exportar los excedentes, sino que la prioridad es alimentar en forma sana y en forma accesible a todo el pueblo, respetando las particularidades regionales y culturales. Pero para que eso resulte, hay ciertos pilares que tienen que estar funcionando. Uno de ellos es la reforma agraria o el acceso a la tierra. Mecanismos de acceso a la tierra, sobretodo de los pequeños y pequeñas agricultoras indígenas. Segundo, incorporar la propuesta agroecológica como una propuesta tecnológica fundamental para el desarrollo de esa agricultura, para que sea resiliente al cambio climático, productiva y que no contamina el ambiente. Tercero, el rol del Estado. El INDAP, el Ministerio de Agricultura, las universidades y los institutos de investigación tienen que estar apoyando ese proceso. Para eso se necesita reformar esas instituciones. El INDAP va a tener que tener una agenda netamente agroecológica. Las universidades tienen que preparar agroecólogos y agroecólogas, de manera que puedan dar asistencia técnica, provean la extensión, los créditos y crear mercados solidarios. Todo eso que se necesita para que funcione.

¿Hay programas que se podrían preservar?

La FAO tiene hace muchos años un proyecto que se llama SIPAM (Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial) que se podría ampliar en Chile. Actualmente Chiloé es uno de ellos. Lo que hacen es reconocer y conservar estos lugares como patrimonio del cual se puede aprender y que se pueden expandir. Nosotros podríamos crear los SIPAN (Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Nacional) y colocar, por ejemplo, a toda la agricultura mapuche como un SIPAN. Toda la agricultura de los valles del norte de Chile, o del Valle Central, zonas que deberían considerarse SIPAN. Se podrían pensar como un instrumento legal para agilizar la conservación del patrimonio agrícola que tenemos en Chile y algunas de las estructuras asociadas con esa agricultura. Conservar no solamente los sistemas productivos, también su cultura, su conocimiento, sus semillas. Por ejemplo, hay estudios sobre las pircas que muestran que las pircas cumplen una función ecológica súper importante, porque ahí se refugian una gran cantidad de animales que juegan papeles ecológicos interesantísimos.

Para terminar, es interesante ver que potencias como Estados Unidos no han cedido su propia producción agrícola. Han desplazado al extranjero su producción automotriz, tecnológica, pero han mantenido su producción agrícola, principalmente de grano.

Hasta cierto punto. Estados Unidos tiene una tierra adicional que no está en Estados Unidos y todos los países del norte la tienen. Es lo que se llama ghost acres (acres fantasma) que son millones de hectáreas que están produciendo comida que ellos no pueden producir y que consumen. Entonces hay muchos países que producen para otros. Bueno, Chile es un ghost acre. Toda la manzana, fruta, los vinos, lo mejor sale al norte y  queda poco en Chile. O sea, quedan los vinos malos, las frutas malas, lo que rechaza el mercado internacional. Entonces por eso es que para la soberanía de Chile como país, entendiendo la soberanía como un concepto amplio y democrático, la soberanía alimentaria es el pilar fundamental. Y tenemos la posibilidad de hacerlo porque tenemos todos los climas, todas las geografías, todas las ecologías que necesitamos y, si lo manejamos bien, podemos tener el agua, porque también existe un concepto de cosecha de agua. Podemos cosechar agua a nivel local y regional. Ojala la nueva constitución ofrezca herramientas para escalonar la agroecología y con ello la soberanía alimentaria, la conservación de la agro biodiversidad y las culturas agrarias.

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