A diferencia de varios países del mundo, Chile no cuenta con una política pública que se centre en una gestión integrada de la costa. Nueva Zelanda, Australia y Estados Unidos (específicamente el estado de California) tienen desde hace años una ley de costas que involucra a la ciencia, a las autoridades y a la sociedad civil en la gestión de su zona costera, a fin de proteger sus ecosistemas de la degradación producida por factores antrópicos.
Por el contrario, en nuestro país prevalecen las construcciones sobre campos dunares como ocurre en Concón; el otorgamiento de concesiones acuícolas sin control en la zona sur y austral; y la existencia de un polo industrial que ha vulnerado la forma de vida de las comunidades en las llamadas “zonas de sacrificio”. Esta lista es parte del diagnóstico que realiza el Observatorio de la Costa, plataforma científica coordinada por el Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica, para plantear la necesidad de formular una ley de costas para Chile.
Dirigido por la académica del referido instituto e investigadora del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (CIGIDEN), Carolina Martínez, este observatorio viene desarrollando desde hace tres años una propuesta legal que pretende llevar hasta el Congreso para su discusión. La iniciativa involucra nueve principios rectores que debiesen primar (entre ellos, el carácter público de la costa, justicia ambiental, de reducción del riesgo de desastres), así como también entraña algunas medidas concretas que regulan el crecimiento inmobiliario y otras actividades económicas insostenibles para los ecosistemas costeros. Cambia el paradigma estrecho de “borde costero” por “zona costera”, y plantea un enfoque sistémico en tanto vincula el bienestar de las costas con la salud de las cuencas hidrográficas del país.
La idea de impulsar esta ley de costas, en estos momentos, colisiona con dos proyectos de ley que se encuentran en primer trámite constitucional en la Comisión de Medio Ambiente, con los cuales el Observatorio de la Costa está en desacuerdo: un proyecto de ley sobre administración del borde costero y concesiones marítimas, y otro que permite excepcionalmente la transferencia en dominio de terrenos de playa fisca para regularizar la propiedad y promover la inversión. “Al menos hubo un reconocimiento de parte de la presidenta de la Comisión de que estas leyes no cumplen con las expectativas de cambio que se esperan para el país”, comenta Carolina Martínez, quien detalla en esta entrevista con País Circular los fundamentos de la propuesta de ley elaborada por el Observatorio de la Costa, en conjunto con otras unidades académicas y con la participación de las comunidades.
-¿Cuál es el diagnóstico que realizan ustedes acerca de cómo ha sido el manejo de la costa en Chile durante estos últimos años y también haciendo un repaso histórico? ¿De qué manera de está abordando el tema actualmente?
-Hay una gravedad en la problemática. No se ha dimensionado la magnitud del problema. Tenemos una costa totalmente degradada por diferentes actividades económicas de muy alto impacto que tienen un efecto crónico. Las zonas de sacrificio llevan un desarrollo de décadas, no se han creado ahora. Tiene que ver con una falta de política pública centrada en la costa como un territorio particular. En general trabajamos con definiciones muy amplias de la costa porque es muy difícil definirla. La costa es específica en todo el mundo, son paisajes característicos del país. Es un espacio de interfase donde interactúan procesos costeros como procesos marinos.
El problema es que Chile tiene un territorio costero muy extenso, con muchas diferencias climáticas que impactan en la biogeografía. Es un territorio con mucha singularidad en cuanto a endemismo, biodiversidad y riqueza del paisaje. Este paisaje sufre una degradación progresiva, en algunas áreas es más paulatino. Pero por ejemplo ha producido una transformación de la isla de Chiloé con la acuicultura, ni tampoco se ha puesto ojo con los pueblos originarios del sur de Chile.
Los cambios pueden ser irreversibles en la costa si no se toman acciones concretas. Hay una fuerte antropización por fuerzas motrices y presiones derivadas de actividades económicas disfuncionales a la naturaleza de estos ecosistemas. Son zonas altamente sensibles, y generar una recuperación de ellas cuesta mucho. Esto será la impronta de las próximas décadas y el costo social va a ser muy alto. Lo pagarán las comunidades. Seguir perdiendo ecosistemas por ausencia de gestión es muy poco inteligente.
-¿Qué posición tiene el observatorio respecto de las dos leyes que están en discusión en la Comisión de Medio Ambiente del Senado?
-Esas dos leyes vienen de 2012 y en el observatorio empezamos a llamar la atención por este problema de degradación, ya que estaban por aprobarse. En resumidas cuentas, deberíamos esperar las mismas consecuencias, si se aprueban estas leyes. O sea, si se aprueban, tampoco tiene mucho sentido una ley de costas, ya que el territorio va a estar segregado prácticamente en un 50 por ciento. El fondo del asunto es un modelo de crecimiento muy nocivo que va asimilando áreas rurales y va construyendo conglomerados urbanos de la manera que hemos visto. La población está en la costa y por eso los desastres son tan nocivos. Hay crecimiento urbano disperso, conglomerados de población en la costa y poca efectividad de las normas ambientales respecto de las actividades económicas como la minería, las termoeléctricas y, en general, el extractivismo.
Este modelo económico toma estos recursos y los considera materias primas. No busca devolver, proteger ni recuperar, y eso pasa la cuenta porque se reducen los servicios ecosistémicos y los soportes de hábitat. Sabemos que los humedales son rellenados para proyectos inmobiliarios. No gestionamos los bienes públicos y degradamos superficies de campos dunares.
La zona costera tiene un carácter público y es uno de los últimos espacios participativos por excelencia. Ese carácter público es reconocido en Chile, pero son solo buenas palabras. En realidad hoy no hay acceso libre a las playas, porque son privadas. La política de uso del borde costero, de 1994, está a cargo de un conjunto de ministerios, de la subsecretaría de Fuerzas Armadas, Sernapesca. En el fondo, es un ministerio de economía tomando las decisiones sobre lo que hacemos en la costa y un ministerio de defensa que poco tiene que decir en cuanto al ordenamiento territorial.
Hay una política nacional de uso del borde costero que trabaja sobre un concepto muy rígido: borde costero. Nosotros proponemos usar el concepto de “zona costera”. Necesitamos una reflexión urgente al respecto. El borde costero en síntesis representa no más allá de 200 metros de ancho de la costa. Lo que queda hoy es el intermareal que se está perdiendo por la erosión de las playas. El 86 por ciento de los litorales arenosos en Chile entre Arica y Chiloé se están perdiendo a pasos agigantados; las playas retroceden más de un metro al año, y esto viene pasando en los últimos diez años. Lebu lleva siete metros de retroceso al año y Algarrobo, cinco metros. Son tasas altísimas nunca vistas en Chile.
La normativa actual no es afín al concepto científico de zona costera. Ha sido una muy mala interpretación del concepto, y se quedó con este concepto jurídico de borde costero que no guarda relación a cómo funciona una costa tectónica y tremendamente móvil como la chilena, en virtud del efecto de los terremotos de subducción, al levantar y hundir la costa. Luego los terremotos generan tsunamis que llegan a la costa. Y hoy tenemos procesos de reconstrucción post terremotos y tsunamis que tampoco elevan la resiliencia de estas áreas. Se vuelve a construir en las mismas áreas de peligro, en condiciones vulnerables. Es muy poco inteligente seguir ese patrón.