El mercurio, 05 de agosto 2013.- En la planta de Quintay de la compañía Indus se llegó a procesar entre 10 y 12 cachalotes o 5...
El mercurio, 05 de agosto 2013.- En la planta de Quintay de la compañía Indus se llegó a procesar entre 10 y 12 cachalotes o 5 a 6 ballenas cada ocho horas, recuerda uno de sus operarios. Aun así, Chile apenas representó el 1% de las capturas mundiales.
Al borde de la extinción estuvieron especies de cetáceos como las ballenas azul, jorobada y franca austral hasta que el mundo decidió poner término a su caza en el marco de la moratoria impuesta por la Comisión Ballenera Internacional en 1986.
En nuestro país esta decisión se adoptó tres años antes, el 15 de julio de 1983.
A 30 años de la medida, que en 2008 se convirtió en definitiva al declararse a las ballenas como monumento natural, los especialistas reconocen que todavía estamos lejos de que las poblaciones se recuperen.
Es así como se estima que entre 1910 y 1969 más de dos millones de ballenas de diferentes especies fueron faenadas gracias a dos innovaciones: barcos más veloces y el cañón arponero.
El número de ballenas azules, por ejemplo, se redujo a menos de 1% de su población original entre 1910 y 1960. «Son menos de tres mil las que se estima que quedan», dice el biólogo marino Francisco Viddi, coordinador del programa Conservación Marina de WWF Chile.
Gracias a la moratoria mundial, las ballenas presentan cierto grado de recuperación, en especial las jorobadas, pero eso no significa que todas estén a salvo. «Especies como la fin y la azul probablemente nunca recuperarán sus poblaciones originales por los niveles extremos de explotación a que fueron sometidas», dice Viddi.
De acuerdo con los registros que maneja la WWF, la última que se cazó en Chile habría sido una ballena fin, el 21 de mayo de 1983, en el golfo de Arauco.
La industria tuvo su apogeo a mediados del siglo XX con la Compañía Industrial S.A. (Indus).
En noviembre se cumplen 70 años desde la inauguración de su planta en Quintay, la más importante de la época, y que dejó de operar en 1967. Su producto principal era el aceite de ballena, que empleaban especialmente para la elaboración de jabones. Desde 1964, cuando se asociaron con Japón, también comenzaron a exportar carne.
Hoy funciona allí un pequeño museo, y algunos de sus edificios han sido reacondicionados como parte del Centro de Investigaciones Marinas de la Universidad Andrés Bello (Cimarq).
El portero de las instalaciones, José Barrios, hoy de 83 años, fue uno de los operarios de la planta entre 1948 y su cierre. Recuerda que a mediados de los años cincuenta llegaron a trabajar en tres turnos al día cada ocho horas.
«A las ballenas se les sacaba el cuero y se las echaba a un cocinador. Todo se cocía con vapor y se sacaba el aceite, el que luego lo pasaban por unas maquinarias para refinarlo y después lo ponían en unos estanques, que ya no están», cuenta.
«Faenábamos entre 10 y 12 cachalotes (ballenas dentadas) cada ocho horas o entre cinco y seis ballenas grandes también en el mismo tiempo. A veces había 60 a 80 esperando. Los buques traían y traían. Salía uno y entraba el otro. Las dejaban amarradas a las boyas y ahí las remolcábamos».
Aunque la descripción de Barrios podría impresionar, Pablo Bonati, académico del Cimarq, asegura que Chile estuvo lejos de ser un actor relevante en el contexto de la captura mundial de ballenas. «Cuando más, llegamos a representar el 1% de la extracción mundial», sostiene.
Es así como en los 80 años que duró esa industria a nivel nacional se cazaron 44 mil ballenas. En comparación, apenas durante un verano antártico, las flotas inglesa, noruega, japonesa y alemana llegaron a cazar 62 mil.
La historia podría haber sido diferente. «Chile podría haber sido una potencia ballenera si hubiera decidido operar en la Antártica. Hubo presión por parte de las balleneras para instalarse allá y el gobierno les entregó terrenos, pero al final nunca operaron», dice Bonati.
En el año 1955, la Corfo incluso preparó documentos que sugerían que debía conformarse una industria ballenera nacional, pero nunca hubo interés real de pasar más allá del sector privado. Afortunadamente para las ballenas.
La moratoria
A mediados del siglo XX algunos países se dieron cuenta de que la caza estaba llegando a cifras no sustentables, lo que dio origen a la Comisión Ballenera Internacional. En sus primeros 15 años operó más bien como un ente coordinador, pero luego, con la entrada de países no balleneros, derivó paulatinamente a establecer restricciones de caza y finalmente a la moratoria de 1986.
Demanda global
La intensiva caza de la ballena a fines del siglo XIX y principios del XX respondió a una creciente demanda de Estados Unidos y Europa por aceite de ballena, que era empleado como combustible y lubricante en el marco del auge industrial de la época.