
Guerra al agua embotellada
Por contaminación de envases y en su producción. Ecologistas forman un nuevo frente de batalla: el agua procesada. La consideran innecesaria y altamente contaminante, dado sus envases plásticos y la polución que genera su fabricación. La Nación, 13 de mayo 2008.
"Quiero un vaso de agua corriente…", dice Laura Taylor en un restaurante de Londres. Taylor, quien trabaja para una organización benéfica, odia el agua embotellada. "No le veo sentido cuando la corriente está perfectamente bien", dice.
El acto de querer agua corriente en una tendencia creciente. Los consumidores están redescubriendo la llave. En Estados Unidos, las tiendas que venden botellas metálicas reportan un aumento de las ventas a medida que el envase plástico se forja como símbolo del derroche insostenible.
Durante el verano pasado, las ventas en Gran Bretaña de las principales marcas de agua embotellada cayeron en 3,4% de un año a otro. Es pronto para proclamar el deceso de esta industria, pero parecería estar perdiendo sus encantos.
La mayor parte de esta agua es embotellada en envases PET (tereftalato de polietileno). Además, producir las botellas requiere una materia prima: petróleo. Toma 162 gramos de petróleo y siete litros de agua solamente para producir una botella de un litro, creando más de 100 gramos de CO2 por cada botella vacía.
Cada año son utilizadas 2,4 millones de toneladas de plástico para embotellar agua. Producir los 29 mil millones de botellas plásticas que se utilizan anualmente en EEUU, el mayor consumidor de agua embotellada del mundo, requiere más de 17 millones de barriles de petróleo al año, suficiente para impulsar un millón de autos al año.
Botellas vacías
La pregunta es: ¿qué sucede con la gran cantidad de botellas vacías? La mayor parte son tiradas al basurero (los estadounidenses lanzan 30 millones de botellas al basurero cada día).
A nivel mundial, casi un cuarto de toda el agua embotellada atraviesa las fronteras nacionales para llegar a los consumidores. El viaje incluye barco, tren y camión -viajes que aún pueden acumular un considerable número de kilómetros- y las consiguientes emisiones de dióxido de carbono. En 2004, por ejemplo, Nord Water of Finland envió 1,4 millones de botellas de agua corriente finlandesa a 4.300 kilómetros de su planta embotelladora hasta Arabia Saudita. El agua de Fiji -cuyos orígenes aparentemente "se remontan a precipitaciones caídas hace 400 años en las montañas"- hace un viaje de 18 mil kilómetros para llegar a los supermercados británicos.
Naturalmente, la industria sostiene que se la culpa por más cosas que a las demás; la British Bottled Water Producers (BBWP) señalan que, dado que las aguas naturales tienen que estar libres de contaminación, los manantiales explotados comercialmente en Gran Bretaña son algunos de los entornos mejor manejados del país. "Otras pocas industrias, excepto tal vez la agricultura orgánica", insiste Jo Jacobius, de BBWP, "juegan un papel tan importante en la protección del paisaje".
La industria está aparentemente en una campaña ecológica. Danone Waters UK (dueña de las marcas Evian y Volvic) anunció un esquema de reciclaje de botellas de agua en Glasgow. Nestlé ha respondido con una nueva botella de forma ecológica que utiliza 30% menos de plástico que una botella de medio litro, y en la actualidad hasta Fiji Water planea volverse "negativo en emisiones de carbono" en 2010.
En cualquier caso, las tasas de reciclaje son bajas todavía. De modo similar, la campaña a favor de botellas biodegradables aún no acumulan un impacto ecológico. A pesar de estar hechas de fécula de maíz, tardan meses en biodegradarse en una pila de compost doméstico, y por lo tanto requieren una instalación industrial para transformarlas en abono.
Estos tipos de medidas parecen tener poca probabilidad de derrocar una reacción ya establecida en EEUU: el año pasado, Nueva York lanzó una campaña para persuadir a la gente de que reduzcan el consumo de agua embotellada y regresen a la vieja agua corriente; el alcalde de San Francisco, Gavin Newsom, prohibió a los empleados de la ciudad utilizar "dinero público" para comprar algo tan absurdo como es el agua importada; mientras que el alcalde de Chicago, Richard Daley, introdujo un impuesto a las botellas plásticas de cinco centavos por unidad, para limitar la presión sobre los sistemas municipales de recogida de basura (lo que es objeto de una demanda por parte de la industria).
En un futuro cercano, aquellos que porten una botella de agua prístina podrían ser mirados como malos ciudadanos.