
Cumbre de Copenhague: No nos olvidemos del agua
Columna de opinión de Flavia Liberona, Directora Ejecutiva de Fundación Terram publicada en La Nación Domingo el 06 de diciembre de 2009.
El mundo mira con ojos expectantes lo que ocurrirá durante las próximas dos semanas en Copenhague, que albergará la cumbre global sobre cambio climático con la presencia de más de 60 jefes de Estado, entre ellos los de Estados Unidos y China. Precisamente estos dos países han anunciado recientemente su disponibilidad a establecer ciertos compromisos respecto a la reducción de sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Este tema se encuentra en el centro de la controversia y será la medida del éxito o fracaso de este encuentro mundial, clave para el futuro del planeta.
Sin embargo, la modestia de los compromisos expresados ha sido duramente criticada; mientras Washington ofrece una reducción de un 17% de GEI con respecto a los niveles de 2005 para el 2020, China espera reducir un 40% de sus emisiones por cada unidad del PIB para el 2020, disminuyendo su “intensidad de carbono”.
Es cierto que después de meses de incertidumbre, en la que cada potencia se mostraba contraria a hacer compromisos explícitos si las otras no lo hacían, la expresión de metas concretas es un avance valorable. Pero estos anuncios son completamente insuficientes en relación a los enormes desafíos que se presentan. En esta cita mundial, más que en ninguna otra, entran en pugna intereses económicos, políticos y valóricos con los conocimientos científicos disponibles. Los líderes políticos del orbe deberán poner en la balanza conveniencias individuales y el bienestar general del planeta; en este contexto, seremos testigos de si serán o no capaces de tomar decisiones difíciles e impopulares pero necesarias, sacrificando en ciertos casos beneficios inmediatos de determinados sectores.
Uno de los temas valóricos de mayor trascendencia que se deberán enfrentar en la capital danesa es el adecuado manejo y protección del agua, recurso indispensable para la vida y cuya disponibilidad para consumo humano se encuentra en riesgo. Pese a la aparente abundancia de agua en el planeta, el agua dulce disponible para uso humano es de menos del 1% del total existente (sólo el océano alberga el 97% del agua de la Tierra), y las proyecciones más conservadoras señalan que dentro de un par de décadas, más de la mitad de la población mundial tendrá graves problemas de suministro de agua potable.
De hecho, alrededor de todo el mundo han comenzado a repetirse los conflictos por el acceso al agua, que muchas veces enfrentan a grandes empresas con comunidades locales, que ven afectados sus derechos ancestrales víctimas de intereses privados; en Chile también hemos sido testigos de múltiples enfrentamientos. Apenas la semana pasada, la Corte Suprema acogió un recurso de comunidades aymaras en contra de una empresa que, habiendo inscrito derechos de agua a fines de los 90, pretendía embotellarla para su venta, con lo que se puso fin a una difícil batalla judicial que se prolongó por catorce años.
Es necesario no sólo establecer normas que fortalezcan la posición de las comunidades locales, sino que también impulsar medidas de mediano y largo plazo que permitan proteger las cabeceras de cuencas, disminuir la contaminación de las aguas y, en general, establecer una planificación del territorio que considere los cambios que se avecinan en el contexto del calentamiento global.
La tarea de Copenhague es titánica y los temas de la agenda, muy variados, pero entre los prioritarios se debe considerar la situación del agua en el mundo, de manera de asegurar que toda su población tenga acceso igualitario a este vital elemento durante las próximas décadas.