
Salvar a los locos: buzos de la isla chilena Ascensión restauran el fondo marino para asegurar su subsistencia
La isla Ascensión está en el archipiélago las Guaitecas, en el norte de la Patagonia chilena. La extracción intensiva del molusco conocido como “el loco” y las salmoneras dañan el fondo marino y reducen su biodiversidad. Para restaurarlo, buzos trasladan mariscos y rocas que sirven como alimento y hogar para el loco y otras especies de interés comercial. Fuente: Mongabay, 24 de abril de 2025.
Daniel Caniullán lleva más de 30 años buceando en las frías aguas del archipiélago de las Guaitecas, en la Patagonia Norte de Chile. “Con solo mirar el paisaje del fondo marino, uno se da cuenta con qué especies se va a encontrar”, asegura. Así como en tierra es posible reconocer la pérdida de un bosque diverso transformado en pastizal, su experiencia bajo el mar le permite identificar las zonas que han sufrido daños.
Como solución, los buzos de la isla Ascensión “arreglan o reorganizan el fondo marino para restablecer la biodiversidad y las relaciones interespecies”, de acuerdo con el artículo Reciprocal contributions: Indigenous perspectives and voices on marine-coastal experiences in the channel of northern Patagonia, Chile, publicado en febrero de 2025 en British Ecological Society.

“Es un ejemplo muy práctico para saber cómo los conocimientos que se han transmitido de generación en generación permiten recuperar ciertos espacios y enfrentar desafíos actuales como la devastación del sustrato subacuático”, dice Florencia Diestre, antropóloga y coautora del artículo liderado por Ricardo Álvarez, antropólogo de la Universidad Austral de Chile.
Caniullán es lonko, la palabra mapudungún para líder, de la comunidad indígena mapuche-williche-lafkenche Pu Wapi, perteneciente a la localidad de Melinka, en la isla Ascensión. Este territorio está a 15 horas de navegación del pueblo más cercano y a más de 1000 kilómetros de Santiago de Chile.
La distancia no fue un obstáculo cuando en la década de 1980 se vivió “la fiebre del [molusco] loco (C. concholepas)”, como la llama Jaime Ojeda, coautor del estudio, biólogo marino e investigador del Centro Internacional Cabo de Hornos de la Universidad de Magallanes. Tampoco fue un obstáculo para la entrada de la industria salmonera, que trajo una nueva ola de daños, de acuerdo con el lonko.

Desiertos submarinos
El líder de Pu Wapi recuerda que el fondo marino de las Guaitecas era “riquísimo en biodiversidad”. Tras sumergirse, a veces hasta a 40 metros de profundidad, levantaba las ramas de grandes algas marinas para descubrir pulpos, peces o crustáceos. “Había infinidad de especies de alto valor económico, de buena calidad, de buen tamaño”, asegura. Ahora, a sus ojos, gran parte de estos bosques submarinos se están convirtiendo en desiertos.
El primer impacto se registró cuando pescadores de todo el país llegaron para extraer del fondo marino el loco, un molusco muy apreciado en la gastronomía nacional e internacional. Además, un caracol con mucha importancia comercial para comunidades del sur de Chile, como Pu Wapi.

Esta especie es carnívora, así que controla la proliferación de moluscos y bivalvos. Por eso, su extracción intensiva alteró el fondo marino. En 1989 se empezaron a establecer medidas para la protección de la especie, incluyendo vedas y cuotas.
También se requirió que los buzos y pescadores artesanales operen bajo el registro de Áreas de Manejo de Recursos Bentónicos, que les otorga el derecho de explotación exclusiva. “Pero siempre estamos invadidos por flotas de otras regiones”, reclama Caniullán. A esto se añade la falta de control. El lonko de Pu Wapi explica que los fiscalizadores marítimos no tienen embarcaciones, por lo tanto, hacen su trabajo “vía correo electrónico”.

En los 2000 entraron empresas salmoneras a la zona, trayendo consigo nuevos impactos a la biodiversidad marina. La introducción del salmón, una especie no nativa, la sobrepoblación de peces en los criaderos y el uso constante de antibióticos contaminan el mar chileno y desencadenan fenómenos que ocasionan la disminución del oxígeno en el agua.
“Muchos fiordos se están muriendo por la baja de oxígeno. Hay espacios donde la industria no llega que se mantienen en mejor condición”, afirma. Caniullán además señala que el picoroco (Austromegabalanus psittacus) “murió casi en un 90 %, producto de los químicos de las salmoneras”. Este crustáceo está entre los principales alimentos del loco.
Buzos reordenan el fondo marino
Desde hace unos 20 años, los buzos de Ascensión reubican rocas, colonias de piures (P. chilensis) y de otras especies de moluscos y percebes en áreas que buscan revitalizar. El piure es un animal marino “que genera un microecosistema, una especie fundadora que alberga más vida”, explica Ojeda.
El resultado es el aumento de la biodiversidad local, pero además, al transferir piures, los buzos se aseguran de que los locos tengan acceso a una de sus presas favoritas y de que estos animales no tengan que desplazarse hacia zonas más alejadas. “Cuando vemos que los locos tienen poco alimento, vamos a dejar alimento en abundancia para que se mantengan en la zona, recuperen su calidad y estén más saludables”, relata Caniullán. Aparte de piures, dejan choritos (Mytilus chilensis).

Desde la mirada ecológica de Ojeda, estas acciones complejizan el fondo marino. Es decir, lo que antes era monótono, como una pradera de pastos, se vuelve más diverso. “A esto lo denominamos contribuciones recíprocas”, dice Ojeda. A diferencia de la concepción de que la naturaleza provee servicios a la humanidad, este concepto engloba las acciones e interacciones entre humanos y la naturaleza que benefician a ambas partes.
Una vez que se recupera el producto, los buzos procuran extraer los ejemplares adultos en lugar de los juveniles, lo que afectaría la reproducción y supervivencia de la especie.
Diestre acompañó una salida para la recolección de otros mariscos en la que los buzos hicieron varias inmersiones en distintos puntos, descartando los lugares con pocos recursos o con especies que no han alcanzado la madurez. La antropóloga comprobó que “no fue bucear y tomar lo que se encontraba, sino decidir qué es lo óptimo y qué es lo que hay que cuidar”.

Los buzos realizan estas prácticas cuando ven que un área, de la que dependen especies comerciales que les permiten subsistir, necesita recuperarse. “Son trabajos confidenciales en áreas de libre acceso, porque cuando otros conocen lo que hacemos, se aprovechan del trabajo ajeno”, dice Ojeda en referencia a la competencia que representan los buzos que llegan desde otras regiones.
Proteger las algas marinas

Los buzos de Pu Wapi también protegen los bosques de huiro flotador (Macrocystis Pyrifera), el alga marina más extensa del planeta que entró en veda en Chile este 2025 durante 10 años. El huiro era extraído para la producción de alginatos, un ingrediente usado en la medicina, la industria alimentaria y otros.
Ojeda explica que en el sur de Chile, uno de los primeros indicadores de que un hábitat marino se está recuperando es la reaparición de bosques de algas marinas. Entre las ramas de los huiros, que llegan a medir hasta 70 metros de altura, habitan, se alimentan y se reproducen al menos 300 organismos.
Para Caniullán, la protección de estas algas es clave pues los erizos, otro animal de importancia comercial en el sur de Chile, se alimentan de ellas.

Diestre cree que “es necesario reconocer el valor que tienen estos saberes locales y tradicionales para llegar a prácticas sostenibles”. Este tipo de casos, agrega, permiten entender el océano como una relación cosmogónica y no solo como un recurso. “Es una diferencia radical con algunas disciplinas más biologicistas”, sostiene.
La antropóloga espera que el artículo publicado junto a sus colegas, que “fue bien valorado en el extranjero”, ayude a reconocer estas prácticas de conservación y a entender que tanto la perspectiva indígena como la perspectiva científica tienen como objetivo común el cuidado del océano.
Leer más: Chile protege por diez años al huiro flotador, el alga marina más extensa del planeta

Otra lucha de Pu Wapi
En Pu Wapi habitan alrededor de 30 familias y la mayoría están ligadas al mar. Son recolectores de orilla, armadores o buzos. “Soñamos con tener un Espacio Costero Marino para Pueblos Originarios (ECMPO)”, dice el líder comunitario. Los ECMPO son una figura que les permite resguardar sus prácticas tradicionales y administrar las áreas para conservar los ecosistemas.
Sin embargo, asegura que tras más de 10 años de trámite, la Comisión Regional de Uso del Borde Costero (CRUBC) de la región de Aysén les ha negado dos solicitudes. Durante el proceso, además, la comunidad observó que la industria salmonera “se hizo la víctima”, en palabras de Caniullán, al decir que de concretarse el espacio, tendrán que despedir a sus trabajadores.

El momento más conflictivo se dio en 2024, cuando Caniullán y su familia estaban navegando a otra isla del archipiélago y un vecino les llamó para alertarles de que algo raro estaba sucediendo en su casa. Cuando el vecino llegó con carabineros, encontró la chapa de la entrada principal forzada, la habitación del buzo desordenada y su pasaporte destruido.
Ese mismo día, afirma el líder, recibió un mensaje de WhatsApp en el que le exigían que renunciara a la solicitud del espacio marino. Aunque puso una denuncia, hasta el momento no hay resultados de la investigación. “Las autoridades dijeron ‘vamos a aplicar el Acuerdo de Escazú’”, recuerda, pero señala que esta herramienta que busca garantizar la seguridad de las personas defensoras de derechos humanos y de la naturaleza no tiene reglamento para ser aplicado.

A pesar de las amenazas, Caniullán continuará con la solicitud de ECMPO porque “cumplía con todo lo que dice la ley”. La comunidad volvió a llevar el caso a la Corte Suprema (ya lo hizo tras la primera negativa), pero está vez está decidida a llevarlo incluso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
El lonko dice que no están en contra de la industria salmonera, pero sí les preocupan los impactos que genera. Los habitantes de Pu Wapi buscan que esta y otras actividades se realicen “con prudencia y equilibrio”. La lucha continúa, explica, porque los habitantes de esta comunidad tan alejada de los centros de toma de decisión y en donde la vida es costosa “le deben todo a la riqueza del mar”.
REFERENCIA
Alvarez, R., Caniullán, D., Catín, J., Cheuquenao, P., Coñuecar, Y., Diestre, F., Jara, P., Millatureo, N., Vargas, D., Ojeda, J. (2025). Reciprocal contributions: Indigenous perspectives and voices on marine-coastal experiences in the channels of northern Patagonia, Chile. British Ecological Society.
Foto principal: Daniel Caniullán buceando en busca de erizos. Foto: cortesía Daniel Caniullán