En ocho años, el humedal del río Cruces recuperó su población de cisnes
Este santuario natural situado en el entorno de Valdivia, en la Región de Los Ríos, es un ejemplo de resiliencia en un área afectada por un derrame de residuos industriales. Fuente: El Mercurio. 21 junio de 2018.
En 2004, la migración masiva y mortalidad indeterminada de cisnes de cuello negro del humedal del río Cruces, en Valdivia, fue la noticia ambiental más impactante del año. Se determinó que un elemento clave había sido la desaparición de su alimento principal, una planta acuática conocida como luchecillo ( Egeria densa ), afectada a su vez por el derrame accidental de residuos industriales líquidos al río por parte de una planta de Celulosa Arauco.
En ese momento, incluso se temió que el daño fuera irreversible.
Pero la naturaleza ha sido más fuerte, y una vez que las descargas fueron controladas, el ecosistema se fue recuperando lentamente.
Ahora, un estudio de la Facultad de Ciencias de la Universidad Austral, que incluye un monitoreo del área hasta ahora, muestra que en un plazo de ocho años el área se recuperó al mismo estado anterior al desastre ambiental, lo que podría servir de referencia para casos semejantes.
“Hoy día uno recorre prácticamente todo el humedal y encuentra luchecillo”, destaca el biólogo Eduardo Jaramillo, autor principal de la investigación.
En el caso de los cisnes, mientras que entre 2004 y 2010 bajaron a menos de mil, hoy superan los 10 mil. Lo que genera más optimismo es que un estudio de la biomasa de luchecillo reveló que ahora su abundancia es tal que podría sustentar a la población de cisnes durante 20 años.
La calidad del agua también ha mejorado. Después del desastre ambiental, el agua llegó a presentar un color muy oscuro, especialmente en primavera. Esto porque el luchecillo era un anclaje natural para el sedimento, por lo que cuando desapareció, este perdió su contención y quedó suspendido en el agua. “A medida que el humedal comenzó a recuperarse fueron apareciendo más plantas. Al haber mayor cobertura hubo mayor anclaje y los sólidos disminuyeron, aumentando la transparencia del agua”, explica Jaramillo, quien considera lo ocurrido un ejemplo de resiliencia natural.
Sin embargo, hay información que no han podido confrontar porque no existen registros previos, como la fauna de invertebrados en el fondo del humedal, la cantidad de peces o las plantas que había en las orillas antes de 2004.
Sin metales pesados
Uno de los mayores daños a la flora y fauna en la época fue la contaminación por metales pesados atribuidos a los residuos industriales. El análisis de los hígados de algunos cisnes reveló una alta concentración de hierro.
Esto también parece haber sido superado. Desde 2014, el laboratorio de oceanografía química de la U. de Concepción realiza muestreos estacionales de agua, los que financia Celulosa Arauco. “Desde entonces no se han encontrado altas concentraciones de estos elementos”.
En cuanto a los cisnes de cuello negro, a partir de 2012 han presentado un peso similar al que tenían antes de 2004, mientras que las concentraciones de hierro en el hígado alcanzan actualmente niveles normales.
Para el monitoreo, Jaramillo ha combinado el uso de sensores remotos, con apoyo de la U. Santo Tomás, con vuelos de drones. Los datos figuran en un estudio que publicará el próximo mes la revista Science of the Total Environment, del grupo Elsevier.
Lo de 2004, dice el investigador, fue un evento puntual, una perturbación muy fuerte, pero que ya ha sido superada. Eso no quiere decir, enfatiza, que el humedal esté libre de amenazas.
Una de las que más les preocupa es la presencia creciente de la Ludwigia plepoides o clavito de agua, una planta acuática que hasta ahora permanecía circunscrita a los humedales del río Cayumapu, uno de los afluentes del Cruces. “Esta planta ha ido avanzando y se monta sobre el luchecillo”.
El problema es que podría impedir que este haga fotosíntesis y reducir su población. En los análisis de fecas del cisne, la planta no figura, por lo que no formaría parte de su dieta. Jaramillo espera chequear su avance la próxima primavera. “No sabemos aún qué hace que prolifere, tampoco si la consume alguna otra especie”, admite.