
La agricultura puede ser parte de la solución y no del problema
Frente al hambre y los cuestionamientos medioambientales, el desafío es producir alimentos más nutritivos y así eliminar el hambre escondida. Esto, a través del uso de la ciencia y la tecnología, reincorporando cultivos y utilizando los conocimientos nuevos junto con los tradicionales, señala Juan Lucas Restrepo, director de Biodiversidad Internacional. Fuente: Revista del Campo-El Mercurio, 17 de agosto de 2020.
La producción agroalimentaria tiene una oportunidad: convertirse en una parte de la solución a los problemas de hambre, pobreza y medio ambiente, dice Juan Lucas Restrepo, director de Alliance Biodiversity International y del CIAT, además de líder del Foro Global de Investigación Agrícola de la FAO.
Restrepo sostiene que la producción, desde los años 60, se enfocó de manera muy eficiente en generar calorías para disminuir el hambre, pero ello hoy genera problemas complejos, incluida un hambre escondida —producto de una alimentación que quita el hambre, pero no aporta nutrientes básicos—, y que por ello el sistema agroalimentario tiene que rebalancearse.
‘La agricultura puede ser parte de la solución y no del problema. Lo que tenemos es un sistema desbalanceado, como causa de un sistema productivo que, a nivel global, para ser eficiente y entregar calorías baratas, ha buscado una intensificación que se concentra en dietas pobres en nutrición y que provoca un enorme desgaste ambiental y de biodiversidad. La agricultura —entendiendo todo el sector— es uno de los grandes generadores de emisiones de gases de efecto invernadero y, además, de pérdida o degradación de suelos y biodiversidad. Tenemos que rebalancearlo, para que la alimentación quepa en lo que los expertos hoy llaman ‘los límites planetarios”.
—¿Cómo se consigue?
—Tenemos que buscar un tipo de producción que le permita al planeta una tasa de recuperación y regenaración que no lleve a que la humanidad se enfrente a un planeta que, por lo menos para mí, sería muy desagradable en términos de la calidad de vida que nos entregaría frente a lo que nos entrega hoy esa biodiversidad y esos servicios ambientales.
Por ejemplo, con el suelo: ¿cómo logramos que se convierta en un sumidero y en una forma de capturar carbono importante, con lo que la agricultura en el tiempo será un mitigador importante de los temas del cambio climático?
—¿Hablamos de cambiar la forma de producir y de consumir?
—Por supuesto. Hay que trabajar a nivel de toda la cadena alimentaria. Las personas van a tener que balancear lo que llega a sus platos, consumiendo un poco menos de carne, una similar cantidad de pescado y de productos lácteos; muchas más leguminosas, nueces y hortalizas. Son señales que tienen que venir desde el consumidor.
—¿Los que plantean no producir más carne tienen razón?
—Me parece exageradísimo. La producción animal tiene una función en la producción, en la vida de las personas, en la cultura, en temas ecológicos, pero está desbalanceada. Hay países que consumen muchas más veces la cantidad recomendable de esa proteína, lo que implica millones de personas presionando fuertemente la demanda de un producto que saca al planeta de los límites planetarios. Hay que hacer un rebalanceo de los temas.
—¿Significa dejar de producir cultivos intensivos?
—Desde el consumo va a haber una serie de señales que la agricultura va a tener que seguir, pero en los próximos años la humanidad no tiene ninguna alternativa distinta a mantener una cantidad enorme de áreas de monocultivos, de maíz, de soya. Todas las cadenas y la industria alimentaria están basadas en estos productos. Lo que tenemos que hacer es empezar a buscar cómo se reconcilia esa producción intensiva con estos principios.
—Hablamos de cambios que pueden afectar la seguridad alimentaria y la condición económica de miles de agricultores
—Hay que generar una ruta de transición suave, que incluso puede ser socialmente beneficiosa.
El sector privado ya lo está haciendo. Por ejemplo, trabajan técnicamente los bordes de los campos con franjas para regeneración vegetal, para que haya más enemigos naturales de las plagas, y empezar incluso a jugar con las especies que se privilegian en esos bordes. Esto va a generar un monocultivo muchísimo más en línea con las necesidades del futuro. También con la incorporación cada vez mayor de principios de agroecología, sumándole ciencia, herramientas de la edición génica y el conocimiento de los microorganismos.
—En los últimos años se habla de potenciar cultivos menores, como la quínoa, ¿ayudaría?
—Hay una enorme oportunidad de rediversificar la agricultura, pensando en desarrollar y promover cadenas de valor de esos otros cultivos, que son claves en el nuevo plato del que hablábamos antes. La quínoa y todos los cultivos menores son tremendamente nutritivos y cuando se logran reincorporar en una cadena de valor, el beneficio social es enorme.
—Entonces, al convivir la agricultura tradicional, orgánica, regenerativa y agroecología, podría ser beneficioso para el medio ambiente y las personas.
—Al final, lo que necesitamos son modelos y costos que tienen que ser tremendamente eficientes, porque necesitamos que el consumidor reconozca el costo completo de la producción y necesitamos que los productores remuneren de manera importante su esfuerzo.
Entonces, hay que aceptar, y esto no es un tema ideológico, que la agricultura no puede darle la espalda a la ciencia moderna, y la ciencia moderna no es solo la que viene de la biotecnología.
En esa vía del medio podemos encontrar buena parte de las soluciones, en la que todos nos podamos acomodar.
—Existe un fuerte rechazo a la biotecnología…
—Creo que hay algo de confusión. El movimiento en contra de la biotecnología se generó fundamentalmente atacando los cultivos transgénicos (…), pero cuando hablamos de la edición génica no tiene nada que ver con esos cultivos.
La edición génica es una manera muy efectiva de hacer en dos años lo que un fitomejorador normal puede hacer en 10. Es darle mucha más precisión al mejoramiento genético, y por qué no, si terminan siendo productos finalmente naturales, o sea, la naturaleza los podría haber producido.