Diez años después del Acuerdo de París: entre la inacción global y la urgencia climática
En esta columna, Flavia Liberona, directora ejecutiva de Fundación Terram advierte que, a una década del Acuerdo de París, la agenda climática ha perdido centralidad justo cuando el planeta enfrenta impactos cada vez más severos. A partir del débil resultado de la COP30 y de la creciente influencia del lobby de los combustibles fósiles, plantea que el sistema multilateral está fallando en su misión de impulsar la descarbonización global. La autora llama a recuperar la urgencia política, social y ética frente a la crisis climática, recordando que sin reducir el uso de combustibles fósiles no será posible evitar un futuro marcado por riesgos crecientes para toda la humanidad. Fuente: La Nueva Mirada, 4 de diciembre de 2025.
A diez años del Acuerdo de Paris, los temas relacionados con la crisis climática han perdido visibilidad y fuerza en la agenda pública, así lo refleja el texto final que salió de la COP30 realizada durante el mes de noviembre en la cuidad de Belém en Brasil. Probablemente esta conferencia de las partes será recordada como una de las cuales en que fue más difícil lograr acuerdos. Esto debido a las posiciones encontradas entre países comprometidos por avanzar en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y el bloque de países que se niegan a limitar la producción de combustibles fósiles. De hecho, el texto final aprobado por el consenso de estados miembros no hace mención alguna a los combustibles fósiles. En este sentido ha sido calificado como un texto débil.
Cabe recordar que el incremento sostenido de emisiones de GEI, comienza a producirse en el planeta a fines del siglo XIX, ya que con los procesos de industrialización en nuestras sociedades se fue aumentando en forma sostenida la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas). En este sentido es imposible desligar uso de combustibles fósiles, del incremento en las emisiones GEI y los efectos que esto tiene en el sistema climático mundial. Sin embargo, el lobby empresarial y de países petroleros logra sus objetivos en la COP30.

Debido a la fuerte presencia de lobistas de empresas ligadas a la producción de este tipo de combustibles -uno por cada 25 asistentes a la COP30-, a lo que suman las posiciones de países petroleros y al hecho de que todas las decisiones y/o acuerdos en el marco de la conferencia de las partes se deben tomar por consenso, llegamos a un acuerdo final que no está a la altura de las urgentes necesidades de descarbonización que requiere el planeta para reducir emisiones GEI y al menos paliar en parte los efectos de la crisis climática.
Hoy a diez años del Acuerdo de París cabe preguntarse y reflexionar cuánto hemos avanzado realmente para detener el aumento de emisiones de GEI y frenar los efectos de la crisis climática. Lamentablemente, la respuesta no es muy alentadora. Cabe recordar que la suscripción del citado acuerdo revitalizó las esperanzas en el multilateralismo – en asuntos que competen a toda la humanidad- y a la vez que estableció un nuevo marco global para reducir emisiones y limitar el aumento de la temperatura media mundial por debajo de los 2ºC, e idealmente no sobrepasar el límite de los 1,5ºC hacia 2100, pero desde 2015 a la fecha no ha habido grandes logros. Pues si bien han existido enormes esfuerzos de algunos países, líderes mundiales, activistas ambientales, Naciones Unidas y otras agencias para incentivar mayores compromisos de reducción de emisiones, lo cierto es que el planeta se sigue calentando y las emisiones aumentan en vez de disminuir.

Enfrentamos un escenario complejo. Por una parte, cada año podemos ver cómo se manifiestan los efectos de la crisis climática en distintas partes del mundo, ya sea en incendios forestales, lluvias e inundaciones, huracanes, etc. Mientras que, por otra, estamos atrapados como humanidad en promover progresos tecnológicos que son grandes consumidores de energía, a lo que se suman una serie de conflictos bélicos los que además de acarrear muerte y destrucción son grandes consumidores de tecnología y armas, las que utilizan gran cantidad de metales que son extraídos y procesados utilizando combustibles fósiles. Da la impresión de que la mayoría de las personas -y sobre todo los líderes mundiales- no son capaces de ver, comprender e integrar en sus acciones y discursos que no podemos pretender frenar el incremento de la temperatura media mundial y la ocurrencia de eventos climáticos extremos asociados a los cambios en el clima, sin reducir el uso de combustibles fósiles y la desenfrenada extracción de minerales.
Vivimos en un planeta en riesgo, donde la crisis climática, la pérdida de biodiversidad o la contaminación por micro plásticos no son temas relevantes en la vida cotidiana de las personas, como tampoco lo son las guerras. Pareciera que de una u otra forma nos hemos ido insensibilizando y desvinculando de lo que nos pasa o le pasa a otras personas y comunidades. Hemos perdido capacidad de asombro y solidaridad, quedándonos encerrados en pequeños espacios de un supuesto y frágil confort que nos impide ver, sentir, comprender y actuar, a pesar de que la crisis climática se está manifestando y que nos afecta y afectará a todas y todos. Aunque queramos negar la crisis o pensemos que las olas de calor, la sequía, las inundaciones, los incendios son fenómenos aislados y que no están vinculados con la crisis climática, la evidencia científica muestra otra cosa.
Estamos en riesgo como humanidad, es por ello que contar con la presencia de autoridades y líderes en una reunión sobre clima como fue la COP30 y no logar acuerdos robustos, es muy decepcionante y deja en evidencia la poca capacidad de construir de forma solidaria acuerdos que vayan en beneficio de la humanidad. Estamos pasando por momentos complejos, pero no por ello debemos abandonar la esperanza de que los cambios son posibles.