
Sin planeta, no hay PAZ: el costo ambiental de la guerra
El reciente bombardeo de EE.UU. sobre Irán instala un nuevo escenario global. Justificar la violencia, los asesinatos selectivos y los negocios en nombre de la seguridad mundial resulta inaceptable. Cada vez más personas -ciudadanos, líderes sociales y religiosos, entre ellos el Papa- levantan su voz contra esta lógica destructiva, expresando su rechazo a esta escalada que solo conduce al sufrimiento y al caos, con fuertes llamados por la PAZ. Mientras se habla de progreso y desarrollo, el mundo destina cifras récord a la industria militar. Esta declaración explora cómo el armamentismo, los conflictos bélicos y el narcotráfico no solo destruyen vidas, sino también territorios, ecosistemas y futuros. Y llama con urgencia a defender la PAZ: una PAZ verdadera, activa, con justicia ambiental y sentido humano. Declaración Pública del grupo Pensadores Fundacionales del Desarrollo Sostenible, 23 junio 2025.
En un mundo sacudido por múltiples crisis —climática, energética, social, política y moral— uno
pensaría que los recursos y la voluntad política se concentrarían en frenar el deterioro ambiental. Pero
ocurre todo lo contrario. El gasto militar global alcanzó en 2024 su récord histórico: más de 2,4 billones
de dólares. Estados Unidos, China y Rusia lideran ese gasto, mientras Europa —aunque sin rol decisivo—
lo incrementa a niveles históricos. Son recursos desviados de las verdaderas prioridades: la vida, la
dignidad, la transición ecológica y, sobre todo, la construcción de la PAZ.
Mientras los gobiernos discuten cómo reducir emisiones, muchos de ellos —al mismo tiempo—
aumentan sus presupuestos de defensa, endurecen fronteras y rearman arsenales que rara vez se
quedan sin uso.
El armamentismo no es solo una amenaza geopolítica: es también una amenaza ambiental. Las guerras
contaminan. Destrozan suelos, envenenan ríos, arrasan bosques y multiplican desechos tóxicos y
peligrosos. Los conflictos bélicos desplazan comunidades, fragmentan territorios y destruyen
ecosistemas que tardan décadas —o siglos— en recuperarse. Pero esta dimensión rara vez se discute:
el daño ambiental no hace titulares si no estalla en directo. Es una amenaza silenciosa y sostenida contra
la PAZ del planeta.
La industria militar, además, es una de las más opacas en términos de emisiones. Sus cadenas de
suministro, su transporte, su infraestructura energética, sus pruebas, sus residuos… todo eso escapa a
los compromisos ambientales globales. Ningún país incluye sus operaciones militares en sus metas de
reducción de carbono. La guerra, literalmente, contamina sin rendir cuentas. Y sin rendición de cuentas,
no hay PAZ posible.
A esto se suma el narcotráfico, otra forma de violencia organizada que avanza sobre los territorios como
una guerra no declarada. Su huella ambiental es inmensa: deforestación para pistas clandestinas,
contaminación de fuentes de agua, uso indiscriminado de químicos, violencia sobre pueblos originarios
y defensores ambientales. Mientras se criminaliza a campesinos y se persigue a quienes protegen la
naturaleza, las redes ilegales crecen al amparo de la desprotección institucional. Esta es otra forma de
guerra contra la PAZ.
Lo más preocupante es que estas formas de destrucción no son una excepción: están profundamente
integradas al modelo económico dominante. La guerra mueve industrias, alimenta tecnologías,
consolida liderazgos. El narcotráfico se entrelaza con flujos financieros, corrupción estatal y
desigualdad. Y todo eso ocurre sobre una Tierra al límite, que ya no puede sostener más violencia sin
colapsar la posibilidad misma de la PAZ.
Paradójicamente, los mismos discursos que promueven libertad, democracia o bienestar, son muchas
veces los que justifican la carrera armamentista. Se militarizan las fronteras, se endurecen
los controles, se criminaliza la protesta, y se presenta la guerra como garantía de orden. Pero ¿qué
orden puede sostenerse sobre territorios devastados? ¿Qué desarrollo puede surgir de la destrucción?
¿Qué libertad puede florecer sin PAZ?
Los movimientos ambientalistas y pacifistas, históricamente separados, hoy comparten un mismo
dilema: cómo defender la vida en un mundo que naturaliza la violencia. Defender el medio ambiente
ya no es solo conservar especies o reducir emisiones. Es también oponerse a la maquinaria del miedo,
a las lógicas del control armado, a la economía de la muerte. Y es, sobre todo, luchar por la PAZ como
condición de vida.
Por eso llamamos a levantar la voz, a no permanecer neutrales frente a esta realidad. No hablamos de
una paz abstracta, ni de la simple ausencia de guerra. Hablamos de una PAZ concreta: basada
en la dignidad humana, en la justicia ambiental, en la equidad social, en la convivencia entre
culturas, pueblos y naciones. Una PAZ que se construya desde el diálogo, la cooperación internacional
y el respeto mutuo, no desde la imposición, el miedo o el control armado.
Este llamado surge desde América Latina, un continente que —con todos sus desafíos— ha logrado
evitar guerras entre sus países durante décadas, y que sabe lo que significa defender la vida en medio
de conflictos internos, muchas veces asociados al narcotráfico y a la desigualdad.
La PAZ que proponemos es inseparable de la vida: de la vida humana, de la vida de la Tierra, de la vida
de las generaciones que aún no han nacido. Por eso no es solo un deseo: es una urgencia ética y política.
Esta declaración ha sido elaborada por un grupo de académicos latinoamericanos(1) que han
trabajado por décadas en la construcción del desarrollo sustentable en la región. Invitamos a otras
personas, instituciones y movimientos a adherir a este mensaje, a difundirlo y a organizarse en
defensa activa de la PAZ, la vida y la justicia ambiental.
El silencio no es una opción.
América Latina y el Caribe, 23 junio 2025.